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Los trajes nuevos del terror

Por Francisco Pomares

Publicado en El Día

 

Los puertos de Canarias han decidido gastarse una fortuna en comprar escáneres para pasajeros y mercancías. El mundo occidental sigue empeñado en encontrar soluciones milagrosas contra el nuevo terrorismo que no para de sembrar el terror en nuestras ciudades. Entre las soluciones, la más reiterada y aplaudida es cerrar las fronteras a los que vienen de fuera. Una solución que proponen May y Trump, y que no sirve absolutamente para nada, porque los que se suman a los nuevos formatos del terrorismo están ya dentro desde hace un par de generaciones. Son ciudadanos franceses, belgas, británicos, estadounidenses o rusos los que atentan contra compatriotas suyos.

 

Cerrar las fronteras -o reforzarlas con nuevos dispositivos de seguridad, escáneres y policías, quizá calme a los europeos asustados, pero no sirve absolutamente para nada más que para ofrecer una sensación de seguridad que es bastante irreal: el terrorismo en el mundo occidental ha mutado. Ya no hacen falta artefactos explosivos, coches bomba, o ántrax. La logística del terror tradicional, el que causa pavor a la gente, es cada vez más barata y menos sofisticada: basta una camioneta y un tipo decidido a hacer daño. El atentado de Londres puede ser el paradigma: tres encapuchados atropellan a una muchedumbre y luego abandonan su furgo y se dedican a apuñalar a todo el que pillan por delante. ¿Cómo se evita algo así? La Policía británica lo resolvió en apenas diez minutos, abatiendo a tiros a los asesinos. Es difícil ser más rápido, expeditivo y eficiente.

 

Pero nada pudo evitar los muertos, ni que algo así ocurriera. No es un problema de educación, de recursos, de políticas deficientes... podemos llegar hasta el origen mismo de todos los errores cometidos por el mundo occidental desde la colonización hasta ahora, pero sólo el fanatismo y la locura explican el deseo indiscriminado de matar. Es poco lo que se puede hacer, excepto reclamar que el terrorismo no nos gane la partida, que no nos meta el miedo en el cuerpo, que no destruya -además de las vidas que ya destruye- la convivencia y la tolerancia. Que nadie nos cambie en pos de una seguridad imposible: en lo que va de año han muerto diez veces más personas en accidentes de tráfico en Inglaterra que en los atentados de Manchester y Londres. Y a nadie se le ocurre cerrar las fábricas de coches. Nadie pide soluciones milagrosas a los accidentes de tráfico. Llevamos décadas ensayando como reducir la siniestralidad en carretera. Y se avanza.

 

Para que el terror no nos gane la partida, hay que explicar que mata personas, pero no sociedades: son la radicalización de la política y las guerras lo que destruye a las sociedades. El Estado y la economía no sufren demasiado por el terror. En algunos casos, el terror refuerza la autoridad del Estado y mejora la economía de algunos: el negocio que más ha crecido desde el 11-S ha sido la seguridad privada.

 

Y luego hay que decir la verdad: el terrorismo ha llegado a nuestras ciudades, pero no son las ciudades de Occidente las que más sufren. En lo que va de año, nueve países superan los cien muertos en atentados terroristas. Ninguno es un país desarrollado. Afganistán (764 muertos), Siria (600), Irak (593), Somalia (273), Pakistán (270), Nigeria (235), Yemen (113), Egipto (111), Mali (110) y Filipinas (75), son los países que encabezan el Top Ten del terror. Y no hablamos de ellos. Tampoco que de los cincuenta mayores atentados registrados este año, Manchester ocupa el lugar 37. Es el único de esos 50 grandes atentados ocurrido en una ciudad occidental.

 

El terrorismo actual ha venido para quedarse, y no va a ser derrotado bombardeando cuevas afganas o barrios de Alepo, ni cerrando fronteras, ni reduciendo derechos ciudadanos, ni reforzando los aparatos del miedo. Eso es mentira. Haciendo eso, lo que vamos a lograr es matar la libertad de la que hoy disfrutamos.

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