Lo de Correos
Francisco Pomares
Las cifras aturden: las peticiones de documentación para votar por correo rozan ya las 2.500.000 (doscientas mil en Canarias), doble y mitad del poco menos de un millón que se cursaron en las segundas elecciones generales de 2019, las de noviembre. De esos dos millones y medio de peticiones, el jueves sólo habían votado algo menos de medio millón de ciudadanos, en medio de una histérica cacofonía en la que PSOE y PP se acusan de todo –incluso de acusarse- y los carteros reconocen que la situación les ha desbordado y que es difícil que al final se logre garantizar el derecho a voto de todos los ciudadanos.
Como ocurre con el voto presencial en urna, el sistema de votación por correo no es perfecto, y siempre deja a algunos electores compuestos y sin novia. Cualquier sistema o procedimiento que implica prestar atención a millones de personas de forma extraordinaria puede incorporar un margen de error, es sabido. Pero la pregunta que se hace hoy todo el mundo, conscientes de que ese margen de error se producirá, es que números resultarán aceptables, a partir de que cifras estaremos hablando de un escándalo, y a partir de cuáles de un fraude. Esperemos que –sean las que sean esas cifras- no se alcancen.
Personalmente, me parece increíble que exista una voluntad de fraude por parte del Gobierno, y además tengo la absoluta convicción de que el Partido Popular es perfectamente consciente de que esa posibilidad no existe. El colapso del sistema, incluso si se llegara a producir, no va a provocar un perjuicio selectivo a uno de los partidos implicados en la votación del día 23. Va a perjudicar a todos los partidos en porcentajes similares a los de su participación. No hay un grupo específico de españoles –de derechas, de izquierdas, o mediopensionistas- que elijan votar por correo. En una gran parte, se trata de personas que tenían programadas sus vacaciones fuera del lugar de residencia y que no quieren dejar de votar, quieren contribuir con su voto a que ganen los suyos o pierdan los contrarios. Sánchez les aguó el veraneo a todos, a todos ellos. No es posible saber si hay más ciudadanos de derechas que de izquierdas que hayan decidido irse de vacaciones. Sólo el CIS podrías dar una cifra indicativa, y sería tan arbitraria como todas las cifras que ofrece.
Sí es cierto que -si el asunto no se resuelve con unas cifras de fracaso aceptables-, existirá entonces una triple responsabilidad de Sánchez: primero por haber decidido por su cuenta y riesgo, sin consultarlo ni con su partido ni mucho menos con la oposición, la temeridad de convocar unas elecciones en verano, para hacerlas coincidir con la negociación de los gobiernos municipales y regionales en las que resultaba evidente que el PP tendría que retratarse con Vox. La otra es haberse comprometido a contratar un refuerzo de miles de personas para hacer frente a la falta de personal de correos, contrataciones que Correos dice ya se han hecho, y los sindicatos denuncian no se ha producido aún, al menos en su totalidad. Por último, Sánchez se ha pasado tres pueblos acusando a Feijóo desde Bruselas de pretender embarrar la democracia y provocar la desconfianza de los ciudadanos, por haber pedido a los carteros que se esfuercen en llevar hasta el último sobre con papeletas y certificado de votación a todo el que lo haya solicitado.
Es probable que a Feijóo se le calentara el pico al prometer al personal de correos que si gana les pagará las horas extras que trabajen, pero acusarle de cimentar la desconfianza en las instituciones democráticas del país es completamente exagerado. Porque es Pedro Sánchez, quien alienta la desconfianza, asegurando que la intención de Feijóo al colocar el voto por correo en el centro del debate público, es “crear desafección para que la gente no vaya a votar y desconfíe del proceso electoral”. La desconfianza se produce por la creciente impresión de que el voto de dos millones de personas no está garantizado.
La percepción de juego sucio en este asunto no se sostiene razonable. Correos no es el CIS, Correos no puede ser manipulado como ha hecho José Félix Tezanos con el Centro, porque nadie sabe lo que hay en las sacas con los votos. El problema no es, pues, que se esté preparando un fraude. El problema es la ineficacia que ha llevado a acumular dos millones de votantes pendientes de ejercer sus derechos, a la espera de que Correos haga su trabajo. El problema es que este país no funciona nunca como debiera, mientras nuestros dirigentes se tiran los trastos a la cabeza.