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La senda de Otegi

Francisco Pomares

 

Sin alharacas ni sorpresas, y sin que se le moviera ni un pelo en una de sus antaño pobladas cejas, Arnaldo Otegi, obispo principal de la cofradía de la izquierda abertzale, comprometió ayer su crecida tropa parlamentaria (ahora son seis diputados contando el de Navarra) para la investidura de Sánchez, “sin precio ni líneas rojas”. ¿Dijo eso? Bueno, eso es lo que algunos medios han recogido que dijo, ya sabes, por el ahorro de palabras que suele definir el arte de los titulares. Pero lo que en realidad dijo el jefe de Bildu es que los suyos apoyaran la investidura sanchista “sin precios en público ni líneas rojas en público”. Un discurso calcado del que usó ayer también la plurinacional Yolanda Díaz.

 

Otegi no se ha comprometido a regalarle a Sánchez cuatro años más (o los que dure) de Presidencia, menos aún a cambio de nada, lo que ha dicho es que nadie tiene porque enterarse de lo que él y Sánchez negocien a cambio de la investidura. Otegi siempre se ha movido mejor en la oscuridad y el secreto, es también un resistente, el alquimista del patriotismo vasco, un tipo con una demostrada capacidad de convertir el plomo en oro. Pero esto no va de habilidades, sino de cinismo. Porque en las mismas declaraciones en las que ha planteado su apoyo a la investidura ha dejado claro que aquí se trata de avanzar en la agenda de la izquierda y la soberanía. Bien empezamos si no se va a poner precio público y lo primero que se saca para animar la subasta de los seis votos es la soberanía.

 

El cinismo de Otegi es otra de sus grandes habilidades: sabe que la soberanía no está en la lista de lo que se puede negociar, y aprovecha para presentar su programa de máximos y darle al mismo tiempo a Sánchez una bala de plata: la que le servirá para vender que Bildu apoya finalmente a Sánchez sin lograr concesiones (públicas) a la soberanía. Quizá sea suficiente con alguna concesión explícita al léxico abertzale, como referirse a la necesidad de resolver el problema nacional vasco. A fin de cuentas, si Aznar fue capaz de referirse a ETA como ‘Movimiento Vasco de Liberación Nacional’, para negociar el final de la banda, no veo yo porque este Sánchez no podría hablar de algo que además es un hecho: que en el País Vasco y Cataluña hay un problema. O dos, porque se trata de problemas distintos, y con recorridos muy diferentes.

 

Otegi es infinitamente más listo que su buen amigo Puigdemont, con el que ayer reconocía mantener una “buena relación”. Por eso fue ayer el primero de los socios de Sánchez en poner sobre la mesa sus seis diputados. Mientras el PNV rechazaba siquiera escuchar lo que tenía que decirle Feijóo, el líder de Bildu, el mismo que se abstuvo en la investidura de Sánchez en 2019 (y le hizo un favor, los votos de Bildu no eran necesarios sino perjudiciales), ha adelantado ahora la existencia de esa posibilidad antes que nadie, en el contexto de la próxima pelea por Ajuria Enea, en la que Bildu opta por repetir los resultados de las recientes municipales y ser la fuerza más votada en el País Vasco. Una pelea en la que el PSOE resultará tan determinante para decidir quién gobierna la región como lo será en Cataluña.

 

De eso va este precipitado anuncio: Otegi se ha adelantado al PNV, un socio más preocupado de apartarse públicamente de cualquier cosa que huela a Vox, por mucho perfume que se ponga encima, que de neutralizar la jugada de la izquierda que puede llegar a desplazarles.

 

Así están las cosas: en una situación de casi bloqueo, pendientes todos de que el voto de residentes ausentes pudiera dar alguna sorpresa en Madrid o Gerona, Sánchez para el reloj hasta el 17 de agosto, convencido de que este tiempo de canícula sin avance alguno, desgasta a Feijóo y convierte su propuesta de Gobierno de Gran Coalición en un chiste, mientras refuerza el frentepopulismo de la izquierda y alienta el sueño plurinacional de vascos y catalanes. Mientras, se va cociendo en el mismo caldo veraniego como evitar convocar nuevas elecciones. Pasa también por Cataluña y el País Vasco, y aunque no haya precios ni líneas rojas en público, en privado se habla ya de los fututos gobiernos regionales.

 

Sánchez está cambiando el mapa del poder en España, y al hacerlo no parece preocuparle seguir la senda de Otegi, ni desatar las fuerzas centrífugas que en otras ocasiones han llevado al país al desastre.   

 

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