La política del trilero
Francisco Pomares
Hay dos entrevistas que definen perfectamente lo que hemos vivido en estos últimos seis años, eso que comúnmente definimos como sanchismo. Una es la que Jordi Évole le hizo a Iván Redondo, jefe de gabinete de Pedro Sánchez, en octubre de 2021. En ella, Redondo demostraba la vaciedad del ego inmenso de Sánchez, confrontándolo especularmente con el suyo propio. En varias horas de grabación (las entrevistas de Évole son creativas, graba mucho y luego selecciona…) no salió de los labios del hombre que le susurraba al presidente nada remotamente parecido a una idea, un proyecto, un principio o un valor. Sólo poder: la política como el arte de perpetuarse eternamente, el lenguaje como ocultación y arma, la gestión de los asuntos públicos sustituida por los gestos y los discursos. Tres años después de la moción de censura, Redondo radiografió con manifiesta voluntad de revancha la vaciedad sanchista y fue demoledor. Lo de Alsina es para mí el final de aquella revelación. No es ya el camarlengo herido quien interpreta al Papa, sino el propio pontífice el que se acerca por primera vez a los micrófonos de una emisora -que no controla- para presentar a su personaje y desvelar que detrás de Sánchez lo único que hay es la fiera voluntad de resistir.
Un millón de votos huidos del PSOE podemizado al PP, de los que se quiere ahora culpar a las políticas de Igualdad de Montero, trajeron la decisión de introducir un cambio en la estrategia de campaña del sanchismo: hablarle a ese público enfadado, acudir a los programas donde creen se refugia, para presentar a un nuevo Sánchez que reconoce haberse equivocado, pide disculpas y de paso se ofrece como única solución a todo lo que el público rechaza de su propio Gobierno. Es decir, lo que ha hecho Podemos. Para Sánchez es un esfuerzo enorme reconocer -siquiera como trámite- que ha hecho algo mal, se le nota como le aprieta el cuello de la camisa cuando tiene que decir que se equivocó en algo. Por eso ha elaborado un sistema, que la propaganda del sanchismo reitera en cascada en sus comunicados, en las declaraciones de los ministros, en todas las presentaciones, excepto que alguno no tire de argumentario y se le escape el baifo con una idea vieja, como al Delegado del Gobierno en Madrid: todo lo que se hizo mal en el Gobierno es lo que hizo mal Podemos. Fue Podemos quien empoderó la ley del Sí es Sí (durante diez meses defendida por su Gobierno en peso, mientras agresores sexuales salían libres a las calles), fue Podemos quien pactó con Bildu, con los indepes de ERC y Junts, fue Podemos quien quiso abolir la Constitución y su régimen corrupto, fue Podemos quien crispó y destruyó el país. Pero ya Podemos no está. Podemos ha desaparecido del espacio político. El trilero jugaba con tres cubiletes, y ha hecho desaparecer el que contenía la semilla perversa de Iglesias, los errores y desastres del Gobierno de progreso, ahora revisado. Sánchez ejerce sus habilidades trileras, y extirpa de la política española Podemos y su deseo nihilista de dinamitar el mundo que existe para crear otro nuevo.
Juega Sánchez esta apuesta con sólo dos cubiletes: metidos él y Yolanda en uno y Feijóo y Abascal en el otro. En el suyo, Yolanda y sus 35 probables diputados, si el trato despectivo (y merecido) a Podemos no revienta en abstención, se han convertido en la pata asimilable de una izquierda que ya no es ultra, con una jefa comunista que se hace fotos con el obispo argentino de Roma, y que desde hace meses no para de reírse y aplaudirse y actuar imitando a Sánchez, como si el Gobierno fuera su herramienta de campaña. A fuerza de presentarla como la reencarnación de la izquierda presentable, a Sánchez le ha salido otra Sánchez rubia y risueña que compite directamente con él. Pero les queda poco más de un mes de guerra.
En el otro cubilete, revueltos y mezclados, se reparten el voto conservador en perpetua discordia los mozos y mozas de Génova, empeñados en reinventarse como nueva centralidad, y la bestia xenófoba, machista y autoritaria que lastra a la derecha.
A ver, como colofón al paseo presidencial por los medios antes calificados de hostiles: la política española cambió cuando tuvimos que asumir –por decisión de Sánchez- que Podemos debía gobernar, porque era necesario para acabar con los indecentes (sic) que dirigían el país antes de la moción de censura redentora. Sánchez alimentó a Vox –lo hizo con el CIS y desde el miedo- para dividir a la derecha en Madrid y Andalucía. La operación le ha salido rana: ahora, si la derecha suma, habrá que aguantar a Vox. Son votos que no existían cuando el trilero llegó al poder. Ahora son la tercera fuerza política del país, y el 23-J sacarán algo más de la mitad de votos que el PSOE.