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La culpa de la generación “Baby-boomer”

 

Usoa Ibarra

 

 

Un día escuché unas reflexiones de familiares pertenecientes a la generación baby-boomer que a día de hoy pueden ayudar a explicar muchas actitudes, sentimientos o tendencias de la sociedad actual. Los integrantes de la misma, que pensaban en alto, se sentían una generación “sandwich” en constante ansiedad. Les crió la generación sociológicamente definida como “la silenciosa” -esa que se vio afectada por la Segunda Guerra Mundial y que les llevó a ser ahorrativos y a “vivir sin riesgos”-  y tuvieron que criar a la generación X  -la que se construyó en democracia, en la ruptura de muchas reglas, en el avance tecnológico y la globalización- por lo que su disloque ha ido a más.

 

Esos baby-boomers se han constituido como la verdadera encrucijada social y económica de este país, porque sufrieron las transformaciones más duras, más vertiginosas y más estresantes en la búsqueda de un nuevo paradigma. A ellos hay que agradecerles la fortaleza que en su momento tuvieron los sindicatos, la transformación de lo rural a lo industrial y a posteriori otra nueva transformación o reconversión al sector servicios. Pero, siguen llegando los cambios, más vertiginosos si cabe, y la necesidad de adaptación, sabedores de que tienen menos fuerzas y recursos para ello.

 

Normal parece que asentados en bases familiares y sociales tan estrictas (con padres absolutamente temerosos de cualquier cambio y por ende conservadores) y en futuribles limitantes, determinados por el hecho de que la mujer era dependiente económica y socialmente de un hombre, sientan las transformaciones posteriores como un aguijón de avispa. No siendo una generación libre en muchos derechos que ahora conocemos, sí fueron reivindicativos para la colectividad, porque en ellos caló el derecho social y recaló el voto más determinante.

 

En general, el “statu quo” de esta generación ha ido mejorando de forma exponencial al paso del tiempo (el esfuerzo sí ha tenido una notable rentabilidad en sus cuentas) e incluso más rápido de lo que lo consiguieron sus padres, lo que les ha empoderado para legitimar nuevos valores sociales que inculcar a sus hijos, como ser más laxos y libertarios en su crianza, o más emprendedores y multiculturales. La ruptura de fronteras, físicas y mentales, se expandió con ellos.

 

Esta generación, que es la de mis padres, constituye un faro guía y a la vez una forma de hacer las cosas en peligro de extinción. Ellos, que gozan de pensiones o de ahorros que les sirven para mantener cierta holgura, sienten ahora la agonía de ver a sus hijos de la generación X (estando más formados que ellos) cómo viven en la incertidumbre, la precariedad, el estrés, la competencia feroz por la globalización  o el individualismo. Muchas reflexiones escuchadas están vinculadas con la culpa y la falta de  responsabilidad colectiva por no haber hecho más: cuando se desindustrializó España, cuando se dejó a China asumir el papel de suministrador y productor mundial, cuando abandonar el campo se vendió como sinónimo de modernidad, cuando se nos crió entre algodones cuando la sociedad se volvía más carnívora y depredadora.

 

 

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