La abuela Cristi en el Congreso
Por Guillermo Uruñuela
La conocí ya abuela. No sólo porque fuera la madre de mi padre sino porque siempre tuvo aspecto de abuela. De alguna manera, todas las de su generación se asemejaban a esa imagen que se nos viene a la mente al hablar de ellas. No portaba mallas ni estridencias y lucía pelo canoso, corto y algo ahuecado. Vamos; una abuela.
Recuerdo su austeridad extrema y en cierta manera, en ese momento vital en el que coincidimos, no llegué a comprenderlo bien. Sólo me quedé con las últimas páginas de un libro que no leí del todo. El contexto es importante y el pasado nos aportará las claves para poder alcanzar conclusiones acertadas. Por eso cada cual es como es porque fue como fue. A veces ese tiempo anterior nos obligó a actuar de una manera determinada porque no había elección. La abuela Cristi tuvo once hijos y un marido que sacar adelante. Porque ahora que soy padre me doy cuenta de que el que saca la familia adelante no es aquel que pueda traer más cuartos a casa sino aquel que brega en la trinchera silenciosa. En un periodo que no conocí, las florituras eran escasas y las prioridades estaban bien definidas. Por eso Cristi fue sencilla y, décadas después, seguía siéndolo aunque hubiese podido vivir más alegremente.
Con los gobiernos ocurre algo similar. En las últimas décadas, en nuestro país, más allá del discurso oficial que cada cual necesita vender para llegar arriba, España ha aportando dirigentes, en muchos casos malgastadores o en el mejor de los casos limitados para poder discernir qué es importante y qué no.
Por eso cuando veo que muchos de los ciudadanos llegan con el agua al cuello a final de mes; sorteando facturas la primera semana para malvivir las otras tres en un ciclo sin fin, se me hincha la vena. Entonces sale el bobo o boba de turno lanzando un mensaje explicando que el Estado necesita recaudar más para mantener el Estado del Bienestar. Y en ese momento siempre pienso lo mismo. ¿No ven cómo vive la inmensa mayoría de ciudadanos medios? ¿No sería un acto responsable que se reuniesen en la cafetería del Congreso, donde les cobran el desayuno completo a 1,15 euros y el menú a 4,5 euros, para discutirlo aunque sea entre cañas? ¿No se habrán parado a pensar en sus confortables coches oficiales que no se puede más? ¿Habrán conocido a alguien como la abuela Cristi? Creo que a todo ello contestarían que no.
En la casa de los Uruñuela de La Rica si había veinte pesetas se gastaban en carbón, leche y zapatos. Cristi no hubiese comprado unas entradas de cine si eso implicaba dejar sin la cena a la tribu. Sus conocimientos económicos no se sustentaban en una gráfica sino en la obviedad.
El problema existe cuando sólo te bajas los pantalones con los bancos, las eléctricas y las multinacionales y ahogas al débil. Cuando despilfarras en gilipolleces un dinero que no es tuyo. Cuando favoreces a tus amigos a dedazo. Cuando te aprovechas del sistema. Cuando metes la mano en el cajón.
Por eso, únicamente podrían ocupar esos puestos personas como Cristi. No sólo porque los machacaría en la distribución de los recursos sino porque nada de lo anteriormente citado se le hubiese pasado ni tan siquiera por la cabeza. Pero ya hablarles de moralidad sería demasiado pedir.