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Fuegos de verano

 

Por Francisco Pomares 

 

  • Francisco Pomares
  • Cedida
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    El sábado, Fernando Clavijo participó telemáticamente en la toma de posesión de su vicepresidente y la mayoría de sus consejeros. Lo hizo desde el Cabildo de La Palma, con atuendo bastante informal para la ocasión –una chaqueta vaquera-, acompañado de los dos palmeros miembros del Gobierno: Nieves Lady Barreto y Mariano Hernández Zapata, los únicos que tomaron posesión en presencia del presidente. Barreto y Zapata se habían desplazado con Clavijo a La Palma, para dirigir los trabajos de contención y extinción del desbocado incendio de Puntagorda, primera emergencia de un mandato que se estrena –como ya va siendo costumbre- con fuegos de verano, declarados desde el viernes en tres de las siete islas. El resto de los consejeros tomó posesión de sus cargos en el salón de actos del búnker presidencial de Santa Cruz de Tenerife, donde estaba prevista inicialmente la ceremonia, celebrada frente a una pantalla de televisión, en ausencia física de Clavijo y bajo su presidencia digital.

     

    Clavijo explicó en un brevísimo discurso, los motivos de su ausencia y la de los dos consejeros palmeros “no elegimos el contexto en que gobernamos, pero sí cómo reaccionamos ante ese contexto”, dijo. En realidad, lo que se elige es el discurso que se ofrece, el relato que se ofrece: toda la parafernalia telemática montada de urgencia parecía dispuesta específicamente para demostrar que los tiempos cambian, que la respuesta de la administración a los acontecimientos se acomoda cada vez más a la necesidad de demostrar la proximidad de Gobierno a la solución de los problemas. Nunca he tenido muy claro si este formato hoy consuetudinario contribuye a una mejor eficiencia, o más bien la estorba. En estos últimos años de exhibición constante del ex presidente Torres al frente de todas las desdichas y todas las soluciones del país, he tenido dudas recurrentes sobre el sentido real de estos esfuerzos, acompañados siempre de una enorme cobertura propagandística. La presencia directa en los puestos de mando del incendio del presidente del Gobierno y tres de sus consejeros (Manuel Miranda, responsable de Política Territorial salió pitando para La Palma nada más tomar posesión), demuestra el contagio y preeminencia de este proceder mediático en la actuación de las instituciones. Casi dos años después del volcán, el incendio de la Palma vuelve a traernos las imágenes de una isla atacada por el fuego, de miles de personas desalojadas y decenas de viviendas destruidas. En la isla que –además- dio vuelco y campanada política frente a los incumplimientos del volcán. ¿Cómo no acudir en persona? ¿Cómo no hacerse ver organizando la respuesta? ¿Cómo no ser portavoz de ese combate? No van a ser menos el presidente y los suyos, que el ministro de Turismo y candidato socialista Héctor Gómez, que se desplazó inmediatamente a la isla, con su twitter de campaña.

     

    Una historia: hace ahora casi 40 años, se produjo el más trágico incendio ocurrido en las islas, el de Roque de Agando, en La Gomera. Un incendio forestal de menor entidad por su extensión –afectó a menos de mil hectáreas- pero que ha pasado a la historia por ser el más mortífero de los incendios forestales españoles, desde que se tiene memoria escrita. Al mediodía del 11 de septiembre de 1984, con el frente de fuego ya casi controlado en Los Roques, llegaron a la zona el gobernador civil, Paco Afonso, un joven político socialista de apenas 36 años, con su secretario, Lito Alonso, y su chófer, José Brito, acompañados por el presidente del Cabildo, Antonio Lito Plasencia, para ver in situ el trabajo de trocha que se realizaba en la zona. Nada más llegar, varias ráfagas de viento inesperado levantaron el fuego desde el fondo del barranco, provocando una encerrona mortífera. Murieron 17 personas allí mismo, y tres en el hospital de quemados de Sevilla. Lito Plasencia se salvó por los pelos, pero quedo completamente desfigurado de por vida.

     

    Sin duda, hoy las cosas son distintas: los protocolos de actuación en incendios forestales son mucho más seguros, y se dispone de más medios técnicos para la extinción y comunicaciones muchísimo mejores. Pero el fuego es imprevisible por definición y sigue jugando malas pasadas. Después de lo de La Gomera, durante años se estuvo debatiendo si era necesaria o eficaz la presencia en primera línea de los incendios de personas no específicamente entrenadas para las tareas de extinción. Yo sigo creyendo que no. Hoy es más bien una servidumbre emocional, que la política y los medios han extendido hasta hacerla cada día más exigente. La mayoría de técnicos la consideran inútil, y en ocasiones una rémora. Pero no lo dicen.

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