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Estrés navideño... desde noviembre

 

Estoy estresada. En cuanto llega el Día de Todos los Santos me pongo a temblar. Es ver a los comercios descolgar los adornos de Halloween y a las dependientas de los supermercados comenzar a colocar los turrones, los polvorones y los mantecados. Proliferan los árboles de Navidad en los ‘chinos’, los ayuntamientos comienzan a colgar las luces, los que no lo han hecho ya en octubre, como el de Vigo, y en Ikea te invitan a que cambies de nuevo las bolas del árbol. Llega la Navidad… estamos a 30 grados y seguimos en camiseta, pantalones cortos, cholas y bikini, pero la Navidad ya está aquí.

 

Este año además llega poniéndonos un reto más complejo aún: organizar las clásicas comilonas familiares con una cesta de la compra que echa humo. Este año no hablaremos de lo que han subido los mariscos o el elevado precio que alcanza el caviar y el cordero, este año es que hasta las uvas de las campanadas nos van a resultar caras. Lo mismo ocurrirá con las cenas de empresa, cuyos precios se dispararán, aunque tras dos años extraños por la pandemia, es seguro que la gente saldrá a la calle a celebrar con ansiedad lo que no ha podido celebrar en años anteriores.

 

Lo cierto es que todo el conjunto, la antelación, el calor, los precios, lo rápido que ha vuelto a llegar el caos festivo, me genera un cansancio extremo. Solo de pensar en bajar a buscar el árbol de Navidad y empezar a luchar con los gatos para que no lo mutilen desde el primer día me da una pereza inconmensurable.

 

Por si fuera poco, se abre la veda de la temporada de “Matemos al personal a base de villancicos”, esas semanas, que se hacen eternas, en las que vas a comprar una docena de huevos que te faltan y sales del supermercado cantando “El Tamborilero” con la idéntica pasión que el mismísimo Rafael, aunque con peor voz, por supuesto.

 

Dentro del apartado de tópicos y lugares comunes ocupará un lugar prominente la celebración del Fin de Año, las peluquerías atestadas de chicas poniéndose moños y uñas imposibles, y maquillándose como si fueran a una Alfombra Roja; de chicos en smoking, pajarita y arreglados como nunca para tan sólo unas horas que prometen ser especiales y, casi siempre, defraudan.

 

De todo este “mercado” navideño me sigo quedando con el día de Reyes en el que sí se produce magia porque solo los más pequeños de la casa pueden generarla. Mis hijos ya no son tan pequeños, y desde hace un par de años, no tienen esa fe ciega en todo lo que les contamos, pero se siguen levantando temprano el 6 de enero con la emoción intacta de hace no demasiado tiempo.

 

Eso sí, no se despisten porque apenas pasadas unas horas, los comercios retirarán los renos y los portales y colgarán el cartel de “Rebajas”. Y en nada, Carnaval… Así es la cosa, la vida sigue y no podemos perder el ritmo. ¡Que estrés!

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