Ese señor triste
Francisco Pomares
Si algo demostraron los resultados de las pasadas elecciones autonómicas, es que Ángel Víctor Torres es el político más valorado de Canarias: la candidatura que encabezaba –la lista regional del PSOE- sacó 285.430 votos, ciento y pico mil más que la de Manuel Domínguez, y ciento dieciocho mil más que la de Fernando Clavijo. También es cierto que sacó 45.000 votos más que la suma de votos a su partido en todas las listas insulares, una suma que –por cierto- cosechó 20.000 votos menos que hace cuatro años. Tenían razón sus tiralevitas cuando le comían la oreja (a él y a quien se dejara) con eso de que su marca personal es mejor que la del PSOE. De tanto oírlo Torres debió olvidar que las elecciones no se ganan sólo con la lista regional. Mucha de la gente que le votó a él era gente de los partidos que apoyaron a su Gobierno. Gente de Nueva Canarias que pensó que votarle a él era mejor que votar a Román Rodríguez, gente de Podemos que prefirió las sonrisas presidenciales y la imagen de bonhomía y cordialidad de Torres que votar a Hugo Cejas (un joven con dotes proféticas, vaticinó que su paso por la política “sería corto”, y vaya si lo fue). Y gente de La Gomera, que votó a Torres porque Curbelo –que no presentó lista regional- repartió a los suyos papeletas regionales del PSOE y Coalición, una de Clavijo por cada tres de Torres.
Así ocurrió, y nadie le dijo al presidente que ser –con diferencia- el más votado en las regionales no le garantizaba nada, sobre todo si su partido perdía diputados y sus socios se hundían. Y eso fue justo lo que pasó el 28 de mayo: tras el recuento, conmocionado por los resultados, Torres cuestionó la ley electoral canaria, surgida precisamente por iniciativa de Nueva Canarias y el PSOE, y aplaudida hace cuatro años como “la ley que había logrado acabar con la hegemonía de más de un cuarto de siglo de las derechas en Canarias”. Una doble falsedad histórica: primero porque con la ley anterior, también habría ganado la izquierda en 2019. Y porque el PSOE ha gobernado Canarias con los nacionalistas en tres ocasiones, y multitud de veces compartió con Coalición el gobierno en cabildos y ayuntamientos. La nueva ley electoral no puede ser buena cuando gana la izquierda y mala cuando pierde. ¿O sí? Porque eso es lo que dijo este señor compungido y tiste en su primera intervención ante los medios. Lo segundo fue hablar de un gobierno de perdedores. Pues sí. El mismo Gobierno de perdedores que se montó en España tras la moción de censura contra Rajoy. Y el mismo que apuntaló el PSOE hace doce años, cuando Soria ganó las elecciones y los socialistas pactaron con Coalición y gobernaron apoyando a Paulino Rivero tan ricamente durante cuatro años. El mismo gobierno, en fin, que Pedro Sánchez intentará formar, si le salen las cuentas el 23 de julio, aunque gane el PP. Porque en España –en toda Europa- no gobierna el partido que gana las elecciones, sino el que logra sumar mayoría en el Parlamento. El nuestro es un sistema parlamentario, y los sistemas parlamentarios funcionan así. Y seguirán funcionando así hasta que se cambie no la ley electoral o cualquier otra ley, sino la Constitución. Aunque eso le parezca mal a Torres cuando no le salen las cuentas.
Desde aquella noche aciaga del 28-M, Torres no ha vuelto a sonreír. Ha envejecido diez años, camina como si hubiera sobrevivido a una caída desde un quinto piso, se le ha agriado el gesto, y cada vez que abre el pico es para quejarse, regañar a quienes no le votaron y demostrar que es incapaz de procesar su derrota. Yo entiendo esa tristeza: esperaba otros resultados, y creía que si no sumaba con la izquierda, la alternativa sería un gobierno con Coalición. Pero nadie le dijo que en Canarias -en toda España-, Sánchez había cabreado tanto a sus adversarios que los puentes estaban quemados. O gobernaba él con los de antes, o gobernaban los otros. El asunto no daba para componendas.
El jueves, Torres compareció tras su último Consejo para acusar al próximo gobierno de fraude electoral si no cumple con su compromiso de bajar el IGIC. El hombre está tan triste y enfadado que se ha pasado la tradición de los cien días sin criticar al que te sucede, por el mismísimo arco de triunfo. No sonrió ni una vez en toda la rueda de prensa. Y creo que la va a durar, o quizá se ponga peor: sobre todo si la ex ministra, ahora alcaldesa, se planta y le disputa el sitio que aún le queda.