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¿Eres feliz?


Por Usoa Ibarra

Cuando era una adolescente un profesor de Filosofía nos preguntó en clase que si sabíamos que era la felicidad. Y como nadie se atrevía a romper el hielo o a entrar en divagaciones, él nos ofreció su clave: “Ser feliz es no preguntárselo”.


Recientemente me volvieron a interrogar sobre esta cuestión y recordé la maravillosa película “Las horas” donde una de las protagonistas explicaba que para ella la felicidad era esa sensación de levantarse por las mañanas y “sentir que había grandes posibilidades”.


Y es ciertamente posible que el inicio de la felicidad esté en ese empoderamiento que uno siente cuando sabe que hay margen, tiempo y, sobre todo, libertad para elegir. Por eso, muchos dicen que la felicidad está cosida a la juventud, ya que con el paso del tiempo las cargas nos lastran el buen ánimo. Y he aquí otro dilema: ¿tiene la felicidad fecha de caducidad? O en contraposición: ¿puede una persona embarrarse en el drama de por vida?


Considerando como factible que hay personas propensas a la tragedia me resisto a pensar que la negatividad sea hereditaria. Por eso me entristece ver a muchos que sufren de “indefensión adquirida”, una especia de impotencia psicológica (normalmente “inter-generacional”) que les lleva a creer que no pueden cambiar “su destino de mala suerte”. Un victimismo incoherente, pero muy dañino, porque convierte a quien lo sufre en un “cero a la izquierda” casi desde la cuna.


En un extremo opuesto está ese nuevo movimiento “optimista” de personas que alientan a otras a lograr la felicidad en cada acción, en cada paso, en cada pensamiento. Si se identifican en este grupo les recomiendo precaución, especialmente, porque pueden convertirse en víctimas de la dictadura de las emociones. Así lo cree el filósofo alemán, Byung-Chul Han, que advierte que la “emocionalización de todo lo que nos rodea” está perfectamente medida por el capitalismo.


Desde un análisis racional, su lógica no tiene desperdicio, ya que ahora no consumimos cosas, sino emociones y porque funcionamos mejor cuando “nos sentimos en paz con nosotros mismos”, así que según esta teoría, si nos creemos felices seremos más productivos. En definitiva, a la competencia profesional se le suma ahora la emocional para sacar máximo rendimiento económico de “toda la persona”. En otras palabras, el capitalismo aplica el psicopoder de la felicidad.


En este punto de la reflexión, me viene a la cabeza una escena de la serie “Vikingos”, cuando el Rey Ragnar Lodbrok le recuerda a su hijo que la felicidad no importa. No en vano en tiempos hostiles lo único que ocupa nuestra mente es la supervivencia. Y por eso es básico detectar qué momento nos ha tocado vivir para optimizar nuestras acciones y actitudes.


No en vano, otra de las claves de la felicidad es saber que hay distintos grados y contextos en los que desarrollarla. Por eso, cuando les pregunten si son felices, primero detecten las intenciones de quién pregunta, porque puede estar pensando en manipularles, es decir, en conocer sus esquemas emocionales para “venderles mejor la moto”. No olvide que algunas técnicas del neoliberalismo tienen como objetivo descubrir al hombre, fomentando la “tecnología del yo”, eliminando debilidades funcionales, y haciéndolo más productivo. En cualquier caso, nunca fue ni será una pregunta inocente, porque va dirigida a nuestra línea de flotación: la conciencia.

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