Enero y la suerte de vivir en el paraíso
Mar Arias Couce
Escuche aquí el audio leído por su autora
Pues ya está, se nos acabó la Navidad. Recogemos el árbol y las luces de las calles porque ya está aquí enero con su cuesta, con esa pendiente infinita que todos debemos subir, con las barrigas repletas de las comidas y las salidas navideñas y con los bolsillos maltrechos porque todos sabemos que a los Reyes Magos y a Papá Noel siempre hay que echarles una mano. Enero es un mes raro. El primero, con el que estrenamos el año, el de los propósitos que, por lo general, no cumplimos. Enero es el mes de Fitur y en el que los conejeros nos ponemos, ya en serio, a pensar en el disfraz porque el carnaval está a la vuelta de la esquina y se nos ha vuelto a echar el tiempo encima. Este año más que nunca.
Este enero es un poco diferente. Fue en enero de 1999, hace ahora 25 años, cuando decidí que me venía a Lanzarote. Venía a trabajar en un periódico, aunque en Cáceres, ya trabajaba en uno, pero necesitaba cambiar de aires y me dije: “Es el paraíso, te vas un año, recargas pilas y vuelves a tu rutina normal”. Eso me dije y eso pensaba cuando aterricé en el aeropuerto antiguo, el bonito, el de César. Aún me acuerdo como si fuera hoy, con un traje de chaqueta negro y un jersey azul de cuello vuelto. 12 de febrero. Un calooorrrr impresionante. Primer apunte mental de la época: aquí el invierno es diferente, Mar. Te sobra ropa.
Los colores de la isla y su luz me impresionaron nada más llegar. Luego fue la gente, la vida, la alegría, la calle. Las primeras semanas pensaba, “pero esta gente vive en la calle”. Luego yo también aprovechaba la menor ocasión para escaparme a una playa, para tomar un café con un amigo o para ir a ver a un atardecer… Al año ya conocía a mi actual pareja y el resto es historia. El año, aquel año de supuesta desconexión, se transformó en 25 años. Se dice pronto.
Sí, Lanzarote lleva un cuarto de siglo siendo mi casa y conozco todas sus cosas buenas y también, por esa segunda visión que tenemos los periodistas, desde dentro, las que no son tan buenas. Sus carencias y sus eternas promesas. Sus cuentas pendientes con la población. Y esas, por desgracia, también son muchas.
Siempre pensé que Lanzarote era, de alguna manera, Mararía, esa belleza que todos desean, esa isla quemada, seca y árida que pese a todo ofrece imágenes inolvidables. Con esa fuerza y esa fragilidad que la hace especial. Única.
Mi primera impresión era buena, vivimos en el paraíso, pero todo paraíso exige ser cuidado, mimado y protegido. Enero nos ofrece esa oportunidad, la de empezar de cero a poner nuestro mínimo grano de arena y animar a quienes nos gobiernan a cumplir con las eternas promesas que nos hacen, que le hacen a la isla. Y nosotros, cuidarla en la medida de nuestras posibilidades, dejar el coche y caminar siempre que sea posible, no dejar rastro de nuestro paso y denunciar sin miedo a quién arroja basuras o comete otro tipo de tropelías. Tener claro, los más jóvenes, que quemar un contenedor no es una gamberrada, sino un delito… en fin, muchas cosas que parecen de pura lógica pero que, por desgracia, no lo son.
Esperemos que sean propósitos que se puedan cumplir y, entre tanto, a seguir pensando en el disfraz de este año, que se me ha vuelto a echar el tiempo encima. Como todos los años… y ya van 25.