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El polvorín cercano

Francisco Pomares

 

 

Ya dura más de una década: desde enero de 2012, Malí vive un conflicto armado que no acaba de resolverse. No todo el territorio está igualmente afectado, y donde lo está, no es siempre con la misma intensidad, pero la violencia es persistente, y provoca movimientos de población: 350.000 malienses están desplazados dentro de su propio país, y muchos otros han huido hacia los países vecinos del Sahel, y hacia Canarias. Más de 200.000 refugiados de Mali se agolpan en Mauritania, 130.000 en Níger y casi 40.000 en Burkina Faso, además de 50.000 que huyeron a Argelia. En los últimos dos años, Mali se ha convertido en el tercer país en volumen de emigrantes enviados a las islas, en general a través de Mauritania. Lo que buscan los que huyen, es escapar de las secuelas de una guerra larvada y constante, que afecta a la capacidad de la economía maliense para atender las necesidades de su población, y parece condenar al país al fracaso como nación.

 

Rusia es consciente del efecto que produce en los países europeos esa situación y ha desarrollado un sistema de intervención en el Sahel conocido coloquialmente como “paquetes para sostener gobiernos”, que se basa en ofrecer a los regímenes en dificultades ayudas en asesoramiento y entrenamiento militar, y ofertas de armamento e inteligencia. Gracias a esos ‘paquetes’, ha logrado colarse con bastante éxito en Mali y en otros países de la zona. En los primeros meses de 2022, Wagner, la empresa mercenaria rusa, cerró un acuerdo de apoyo al ejército de Mali en misiones de combate.

 

Unos meses después, y tras casi diez años de presencia en el país, Francia decidió abandonar el territorio a su suerte, y lo mismo hizo Naciones Unidas, que licenció la Minusma, su misión en el país. A mediados de este pasado mes de mayo, el ejército español terminó de desmontar su operativo de 8.300 militares destinados en la Misión de la Unión Europea, después de once años de presencia y actividad ininterrumpida en la formación de 20.000 soldados malienses. Justo un año antes de la retirada de la misión europea, un informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos destapó una acción conjunta de las fuerzas armadas de Mali y el grupo Wagner en el centro del país, en Moura, en la que se produjo la ejecución ilegal de medio millar de civiles, documentándose cerca de 60 casos de mujeres y niñas que sufrieron violencia sexual a manos de los militares malienses.

 

Mali ha sido abandonada a su suerte por un Occidente prácticamente volcado en la situación en Europa del Este y cansado de la ineficiencia de su costosa presencia militar en el país. Pero no se trata de una situación que afecte sólo a Mali. Occidente se retira poco a poco de todo el Sahel, el cinturón de países –la mayoría artificialmente creados por la descolonización francesa y británica de mediados del pasado siglo- que separa el desierto del Sáhara de la sabana. En ese cinturón de diez países débiles y en algunos casos claramente fracasados, viven 400 millones de personas. Se trata de una de las regiones del mundo que más sufren la crisis climática que padece el planeta: los estados carecen de medios para afrontar el cambio climático o mantener sus economías. La temperatura ha aumentado en la región un 150 por ciento más que la media mundial, y se han intensificado los conflictos por la escasez de recursos, lo que hace que la vida sea todavía más difícil. La región del Sahel central – Burkina Faso, Malí y Níger – atraviesa una grave crisis humanitaria y de protección que ha desplazado a millones de personas. La inestabilidad de la situación política, económica y de seguridad no deja de agravarse. Según ACNUR, medio millón de personas han sido forzadas a abandonar sus países de origen (y, por tanto, se han convertido en refugiadas), y más de 3,8 millones de personas han sido desplazadas dentro de su propio país. La violencia en endémica, especialmente la que se ejerce contra los más débiles. Al menos en seis de los diez países del Sahel se han producido en los dos últimos años crisis humanitarias, en tres de ellos golpes de estado con apoyo mercenario, y la presencia de intereses rusos o chinos es creciente, porque a presar de la pobreza congénita, el Sahel es una región muy rica en materias primas.

 

A los conflictos armados por el control de esos recursos, casi siempre de origen local, étnico o tribal, se suman en las zonas más próximas al Atlántico –las que más afectan a Canarias- la preocupante desestabilización provocada por bandas yihadistas que trafican con armamento y drogas y controlan las carreteras del desierto. Frente a esos grupos, o tomando partido en conflictos internos por el control del poder, cada vez intervienen con más desparpajo las milicias de Wagner o grupos controlados por ellas, que provocan miles de víctimas civiles y millones de desplazados. Un auténtico polvorín en el flanco sur, mientras la OTAN sigue mirando sólo al norte.

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