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El futuro del PSOE

Francisco Pomares

 

Manifestación de militantes del PSOE frente a Ferraz, en apoyo a la continuidad de Pedro Sánchez, durante sus cinco días de reflexión.

 

Me tropecé el otro día con un tuit (no sé si ahora se les llama así o Elon Musk ha decidido que los bauticemos de otra forma), en el que alguien reducía con absoluta precisión a una sola línea, una de mis dudas recurrentes: “España sobrevivirá a Sánchez, pero no el PSOE”, decía el tuit. Una posición optimista: la pesimista consiste en pensar que ocho o diez años de sanchismo podrían acabar por desguazar este país.

 

En realidad, es difícil que tal cosa ocurra: faltan sólo cuatro años para que la Constitución del 78 cumpla el medio siglo, y a pesar de sus deficiencias (algunas menores, fruto del espíritu del tiempo en que se redactó, otras, consecuencia del quiero y no puedo en que quedó el Título VIII), esta Constitución, que en dos años será la más longeva de la historia española, nos ha deparado una larga etapa de democracia y progreso. Personalmente, no siento ningún respeto por quienes se niegan a admitir siquiera eso, quienes siguen empeñados en reescribir la historia, sustituirla por un relato de buenos y malos, con la mitad de la población instalada en un bando o en otro.

 

Lo que ha permitido a la Constitución prevalecer es la necesidad de que los dos principales partidos se pongan de acuerdo en reformarla. Y es muy difícil que eso ocurra en las actuales circunstancias. Pedro Sánchez ha optado para sostenerse en el Gobierno por un sistema de bloques, izquierda y derecha, en el que la izquierda se alía con las fuerzas centrífugas y separatistas, presentes en la política española desde el siglo XIX. Ha pactado con los principales enemigos del Estado para impedir la llegada del PP al poder, y lo ha hecho con un discurso crecientemente deslegitimador de la derecha. Podría decirse que ha creado un cordón sanitario en tormo a la derecha, que le ha funcionado incluso cuando la derecha obtuvo la mayoría de votos y de escaños. Además, Sánchez ha logrado lo que nadie antes que él se atrevió con tanto descaro: hacerse con el control del Estado, copando todas sus instituciones, para evitar la alternancia política. Sánchez práctica en España una política basada en que sólo las fuerzas autodenominadas progresistas representan el interés público y -por tanto- sólo ellas deben gobernar. Pero la democracia se basa en la alternancia, en la aceptación de que la oposición tiene derecho a gobernar, y es conveniente que lo haga cada cierto tiempo, para que todos los ciudadanos se sientan concernidos por el Gobierno.

 

Para mantenerse en el poder, Sánchez cambia continuamente de criterio, adaptando sus decisiones políticas a sus propias necesidades. Lo que ayer no podía ser de ninguna forma, hoy se convierte en virtud. Sus cambios de posición en relación con el indulto, la destipificación de los delitos del procés, la amnistía y ahora la quiebra del principio de solidaridad territorial, se hacen forzando los márgenes constitucionales, tras haber sometido a disciplina partidaria al tribunal de garantías. El abuso de atajos y tramoyas legislativas agrieta el edificio legal del país y polariza aún más a la sociedad, pero se ha tropezado con la resistencia militante de otros poderes organizados, por ejemplo, el judicial, que es imprescindible para el correcto funcionamiento del Estado.

 

Sánchez ha atrincherado al PSOE frente a jueces y medios hostiles, y con ello enfrenta a miles de dirigentes y cargos intermedios al riesgo cierto de inmolarse en defensa de su liderazgo. Porque es difícil encontrar infinitos conejos en la chistera del sanchismo: no vivimos sólo episodios de negligencia, más bien estamos ante un proceso de devastación de los mecanismos, sistemas y costumbres propias a la tradición socialdemócrata, sustituidos por recursos populistas. El cesarismo autoritario y el culto al liderazgo, han privado al PSOE de sus mejores virtudes como partido: el respeto de la democracia, la pluralidad y apertura ideología, la capacidad política para la acción pública y la aceptación de la disidencia interna. Sánchez concentra hoy todo el poder como presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, mientras los socialistas lo pierden en ayuntamientos y regiones. Para el PSOE y sus miles de afiliados y colocados esto no ha sido un buen negocio. Por eso, recuperar Cataluña es vital para el sanchismo, por eso Sánchez está dispuesto a ceder la caja única a cambio de un centenar de cargos y medio millar de empleados en la Generalitat. Sánchez conoce bien el PSOE que ha creado, y sabe que necesita contar con alguna federación importante de su lado.

 

Si Sánchez logra seguir durante los años que restan de legislatura, el conflicto interinstitucional se agravará, y se vivirán fuertes tensiones con el poder judicial: el ‘caso Begoña’, el del hermano, el regreso a España de Puigdemont, las secuelas judiciales de la amnistía… Pero España aguantará, al menos mientras aguanten Europa y la Constitución.

 

Lo que yo no tengo nada claro es que ocurrirá con el PSOE el día después de que Sánchez salga de Moncloa. Que saldrá algún día.

 

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