El disputado voto de Cristina Valido
Francisco Pomares
El recuento final de los votos por correo, con la atribución de un escaño más para el PP y uno menos para el PSOE, ha disparado hasta límites estratosféricos la importancia del voto de Coalición Canaria en la investidura.
El vértigo de los resultados ajustados y el trampantojo de los medios sobre un supuesto empate que no es tal, colocó desde el minuto uno el voto de Coalición del lado de la derecha. Había una lógica en esa presentación: después de recuperar el Gobierno de Canarias tras las elecciones regionales de la mano del PP, resultaba esperable cierta coherencia en el mantenimiento de esa alianza. A pesar del cuidado puesto por la candidata de Coalicion al Congreso, Cristina Válido, por mantener una cierta equidistancia en la negativa a pactar gobiernos en los que estuvieran Vox o Sumar, la mayoría de los electores de Coalición Canaria, especialmente en Tenerife, daban por hecho que sus muy militantes votos al Congreso servirían para apuntalar la derogación del sanchismoanunciada por Feijóo.
En política a veces no hace falta decir una cosa para que resulte obvia, y para la mayoría de los canarios, parecía más que obvio que el nacionalismo isleño estaría por el cambio político.
Pero las elecciones las carga el diablo: a pesar de su avance en toda España, el PP no logró los resultados que esperaba en Cataluña y el País Vasco, permitiendo así que el PSOE se presentara como vencedor.
El sistema parlamentario español se basa en las mayorías parlamentarias, no en los resultados de los partidos. Nunca ha gobernado en este país quien perdiera las elecciones, pero son muchas las cosas que no habían ocurrido nunca antes, y que Sanchez ha cambiado. En la política reciente hemos visto todo tipo de apaños, atajos y justificaciones al objetivo último de hacerse con el poder. Cualquier acuerdo parlamentario es hoy juzgado como legítimo por una ciudadanía polarizada, al margen de que no sea muy común que en ningún país de nuestro entorno, un partido de Estado pacte con fuerzas que quieren derrocar el Estado.
Sánchez ha instaurado un tiempo político en el que parece razonable que el poder nacional se sostenga sobre fuerzas secesionistas, incluso ha logrado romper el tabú de pactar con los herederos de la agenda política de ETA, hasta ayer considerados socios indeseables. El PSOE se pasó toda la campaña electoral negando la existencia de pactos con Bildu, y señalando al mismo tiempo la obviedad de los pactos del PP con Vox en Valencia, Extremadura y otras regiones. Incomprensiblemente para la mayoría de los que hoy péinanos canas y recordamos la historia reciente de este país, los asesinatos del terrorismo, y la muerte de decenas de socialistas en atentados de ETA; el relato político de la izquierda ha logrado imponer la idea de que el peligro para el estado es Vox, no el independentismo catalán o Bildu.
La pregunta pertinente es si el análisis de la situación actual que hace la superestructura partidaria, es el que hacen los electores. Es razonable preguntarse qué harán los votantes de Coalición, por ejemplo, si Coalición se suma a la operación de Sánchez para la investidura y le aporta su voto hoy crucial, facilitando a Junts su abstención. Es probable que algunos votantes comprendan las ventajas de la oportunidad y lo que puede suponer ser crucial para el próximo Gobierno. Pero muchos de ellos especialmente los que resistieron la tentación de votar al PP, se sentirán estafados. Apoyar la investidura de Sánchez no implica solo asumir un riesgo que tendría repercusiones en la formación de futuras alianzas políticas, o en la estabilidad del propio gobierno regional. En política los tiempos pasan muy rápido: en la cambiante y vertiginosa partida de póker en que se ha convertido la política nacional, el refrendo de Coalición a una nueva legislatura sanchista podría resultar a la corta una decisión devastadora si aleja de Coalición a su propio electorado.