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El contador de historias

Por Guillermo Uruñuela

 

 

 

 

 

Tengo la inmensa fortuna de poder dedicarme a lo que me gusta. En los tiempos que corren, encontrar acomodo en tu campo profesional no deja de ser casi una circunstancia milagrosa sobre todo, y especialmente, si has sido tan osado como para estudiar periodismo, creyendo que con las posibilidades que ofrece internet, encontrar trabajo sería más sencillo.

 

El caso es que sintiéndome agraciado en este aspecto, veo una realidad que no me gusta. Que te empuja vertiginosamente a la inmediatez y te reubica en este caos ordenado en el que existimos. El ahora le ha ganado la partida al cómo. No hay cabida para la reflexión, el análisis o el enfoque diferente. Incluso he llegado a la conclusión de que casi no importa la calidad de lo que cuentes o de cómo lo narres siempre y cuando llegue a tiempo.

 

Y en cierto modo, me da pena. Me entristece, porque siempre he creído en las historias de los personajes anónimos. Tan excepcionales como ordinarias. Y en la vulgaridad es donde pienso que uno puede optar por apreciar lo extraordinario.

 

Quizá los autores en los que más me he fijado como escritor amateur precisamente se encargan de eso. De saber acercar un hecho cotidiano cubriéndolo con matices dramáticos, heroicos, espléndidos. Pero repito, ese periodismo que va más allá no tiene espacio en la generación virtual.

 

Pese a todo ello, y aunque no me sirva para ganarme la vida, seguiré contando situaciones poco relevantes de personas desconocidas con las que me cruzo. Me genera satisfacción sentarme, como en este preciso instante, en una cafetería y ver cómo la gente pasa. Observo su manera de actuar. Me ayuda envolverme en el sonido de la barra, el olor del café. Sólo miro. Miro al que lee en la mesa de al lado, a la que acaricia a su perro en la terraza, al camarero que corre de un lado para otro intentando atender, en ocasiones, a impertinentes clientes. Y es que los periodistas, deberían estar en la calle cerca de las personas, de los protagonistas, de las historias, de la realidad.

 

Por eso me gustaría un día tener la fortuna de ganarme la vida juntando letras. Buscando cosas interesantes que contar y adquirir la capacidad para armonizarlas atractivamente. Yo de mayor quiero ser contador de historias.

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