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El complejo problema de sobrevivir

Mar Arias Couce

 

Se está poniendo complicadillo el asunto de vivir, o más bien el de sobrevivir en este país nuestro donde todo se encarece por minutos y nuestra famosa calidad de vida se nos escapa de las manos.

 

Después de meses, sino años, poniendo el grito en el cielo por unos alquileres, y un precio en general de la vivienda, desmesurados, llegó la subida de la luz y los combustibles. Ir a poner gasolina era un dolor de corazón y bolsillo y en sus propios hogares, muchas personas, mayores, sobre todo, optaban por ir en penumbra, llevándose por delante todos los muebles de la casa porque la oscuridad es lo que tiene, que no se ve nada... Algunos, a pesar del frío peninsular, preferían taparse con mantas y evitar poner la calefacción hasta que no quedara más remedio por miedo a facturas descomunales. No es de extrañar.

 

Ahora nos dice el Gobierno que la inflación está bajando, pero eso sí, que lo de comer, lo de comer sigue siendo un lujo. Y no es que estén caras las botellas de vino, la langosta y el caviar, de eso ya ni hablamos, es que ha subido el pan, el azúcar, el aceite… ya no nos vamos a meter a analizar el coste de la fruta y la verdura porque da susto mirar de frente los precios y hay que ir con los ansiolíticos a mano (hasta que suban los precios, que también subirán, y tengamos que pasar el estrés a pelo. Todo se andará). Vivir se nos está complicando mucho, pero lo vamos consiguiendo, mal que bien, entre las eternas promesas de que mañana, o pasado, será mejor.

 

Cuando acabe la crisis económica, cuando pase la pandemia, cuando termine la Guerra de Ucrania, cuando… pero nunca acaba de mejorar la cosa y entre tanto, somos más pobres. Ahora nos dicen que, en Navidad, no, que en enero. Que el nuevo año va a traer cosas buenas. Me empieza a dar miedo cada vez que prometen este tipo de mejoras espontáneas porque suele ocurrir justo lo contrario, que nada mejora y todo lo que se puede agravar, se agrava.

 

De seguir así las cosas tendremos que recordar las historias de nuestros abuelos cuando nos contaban que en casa se comían potajes día sí y día también, y las fruslerías y los lujos eran para los domingos. Tanto avanzar en casi todo para tener que darnos cuenta de que lo verdaderamente importante no lo tenemos tan asegurado como creíamos.

 

Conozco a más de uno que se está buscando una finquita para cultivar sus cuatro cositas y tener asegurados los productos más básicos. Hasta hace nada me parecía una exageración, pero a medida que pasa el tiempo, y salgo más asustada del supermercado, a veces con taquicardias, ha dejado de parecérmelo.

 

Vista la complejidad del asunto, no me extrañaría que quienes nos gobiernan opten por endulzarnos la píldora amarga recomendándonos que lo veamos con perspectiva: si comer está caro, hagamos dieta y comencemos ya la operación bikini. De seguir así, este verano la playa va a parecer una pasarela de modelos. Todos, tipazo.

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