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De perfil y por detrás

  • Francisco Pomares
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    Ya conocen el problema de fondo: la ley del “solo si es sí” aprobada con los votos de la mayoría, está produciendo lo que decenas de juristas, además del propio Consejo General del Poder Judicial, el Consejo Fiscal, el Consejo de Estado y el Consejo Económico y Social dijeron que ocurriría: una revisión de las penas a delincuentes sexuales, que ven sus condenas reducidas, al amparo de la nueva ley. La ministra Montero y la delegada gubernamental contra la Violencia de Género, la magistrada en excedencia Victoria Rosell, calificaron esos informes de “propaganda machista”, asegurando que “no se conoce una sola reducción de penas y no se va a conocer”. Y es ahora, cuando empiezan a producirse una tras otra las reducciones de pena anunciadas, consecuencia de otra ley precipitada y con pésima calidad legal, cuando Montero y Rosell acusan a los jueces de incumplir la ley por su ideología machista y de prevaricar.

     

    Ante esas acusaciones, que han provocado el rechazo y la condena no sólo de las asociaciones judiciales conservadoras, también de la progresista Jueces para la Democracia, a las que pertenece la propia Rosell, y después de días instalada en un mutismo total, Yolanda Díaz rompió ayer su clamoroso silencio para defender tibiamente la ley del “solo sí es sí”. LO hizo con la boca chica y sin apoyar a Irene Montero.

     

    En Unidas Podemos se han instalado desde hace meses en un juego de silencios y evitaciones: en relación a este asunto, la vicepresidenta ha pedido prudencia (sin aclarar a quien) y ha emplazado a esperar al pronunciamiento del Tribunal Supremo. Pero también ha evitado defender explícitamente a su compañera Irene Montero, y se ha abstenido de secundar cualquier crítica a los jueces. Podría decirse que doña Yolanda vive instalada cada vez más en su complejo rol de principal socia futura del sanchismo, más preocupada por evitar cualquier conflicto con el PSOE que por seguir a ese señor que –sin ser de su partido- la invistió con la púrpura y le entregó las llaves de la casa común de la izquierda.

     

    Inmediatamente después de que doña Yolanda no dijera lo que Pablo Iglesias y su corte vacante esperaban de ella, el propio emérito Iglesias se descolgó con uno de esos alambicados señalamientos en los que parece instalado desde que le dio la venada y renunció a seguir siendo mandamás de Podemos, algo de lo que parece estar básicamente arrepentido, a juzgar por su creciente protagonismo como Pepito Grillo.

     

    Un estilo muy politiqués, este de Iglesias, en el que dice lo que quiere decir, pero sin decirlo. Iglesias se parece cada día más a una caricatura rancia de sí mismo, se ha convertido en un personaje que vive como la casta, piensa como la casta y habla como la casta. Del masculino y belicoso desparpajo de sus intervenciones previas a tocar el cielo y mojarse en la piscina de Galapagar, Iglesias ha pasado a un discurso que sigue siendo formalmente muy agresivo, pero en el que no se agrede formalmente a nadie: “Ponerse de perfil cuando machacan a una compañera no sólo es miserable y cobarde, sino políticamente estúpido”, ha dicho sin referirse explícitamente a Díaz.

     

    Las opiniones del podemita retirado son perfectamente legítimas y respetables, como lo son las de doña Begoña. Y si la una se pone de perfil, el otro le zurra por detrás. Ni el uno ni el otro son capaces de mantener ya aquella frescura, aquel llamar las cosas por su nombre, que encandiló a la mitad de la izquierda patria. Ahora en Podemos, lo que se estila es el juego de florete: Iglesias y los suyos están muy pero que muy enfadados con Díaz, pero les cuesta romper con ella. No creo que sea para evitar un nuevo destrozo en una izquierda ya bastante cochafisquiada… Más bien creo que si aguantan el tipo esporque fue Iglesias quien ungió a doña Yolanda con la sucesión y el bastón de mando en la tropa morada.  Lo hizo porque a él le salió del occipucio, y el problema ahora es que aquel liderazgo aún activo del Iglesias en retirada ya no implica mucho: si se rompe la baraja, la izquierda a la izquierda del PSOE irá dividida a las próximas elecciones y eso lo que va a significar es no sólo que Podemos se estrellará frente al PSOE, sino –con toda probabilidad- que la izquierda en su conjunto caiga en la indigencia electoral. 

     

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