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Avales, bases, cuadros...

Por Francisco Pomares

 

Comenzado el recuento formal de avales de los candidatos a dirigir el PSOE, lo único que parece claro en estos momentos de la radiografía que representan los apoyos es que esta va a ser una pelea bastante reñida hasta el último minuto. Ni Pedro Sánchez ha conseguido su objetivo de ser el candidato con más avales, ni Susana Díaz tiene por delante un paseo militar. En cuanto a Patxi López, es evidente que está fuera de la competición, en una liga distinta, y que su apuesta personal es la que al final podría haber hecho inclinarse la balanza en una dirección o en otra. Después de que Sánchez haya pedido a López que se sume a su candidatura, este es un buen momento para reflexionar sobre su torpeza al buscar el enfrentamiento con López en la primera fase de la pelea: si no lo hubiera hecho, una retirada de López -que jugó al lado de Sánchez toda la etapa previa a su dimisión de la secretaría general- habría sido suficiente para establecer la diferencia y ganar las primarias. Después de los cariñosos epítetos intercambiados con López, Sánchez lo tiene más crudo para conseguir que los avales que aporta el exlendakari puedan convertirse en votos para él.

El PSOE es un partido curioso, sin duda, en el que las bases se rebelan contra la dirección cada vez que se les presenta la oportunidad de hacerlo. En otras cosas, es más asimilable al resto de los partidos españoles de lo que se cree: por ejemplo, con un censo de casi 188.000 afiliados, reiteradamente purgado y vigilado por la dirección federal para evitar que se hagan trampas en los procesos regionales, en el PSOE se han movilizado en respaldo a los candidatos casi 132.000 afiliados, una auténtica barbaridad, cuando lo cierto es que para presentarse sólo hacía falta disponer de nueve mil avales. Los partidarios de Sánchez y Díaz han removido cielo y tierra para comprometer a todos los afiliados disponibles, de tal forma que esta primera vuelta de los avales parece condicionar bastante lo que ocurrirá en la votación final. Es perfectamente posible que el día 21 la cifra de votantes efectivos se mueva en torno a los que hoy han participado -poco más o poco menos-, y que los resultados sean bastante parecidos.

El que fuera el mayor partido de la izquierda española ya no es un partido de bases, como siempre quiso y dijo ser. La verdad es que cuenta hoy con menos de la mitad de afiliados que asegura tener Podemos. Claro que Podemos también hace trampa con sus números: de los 456.000 adscritos teóricos a sus círculos, sólo participan de los procesos electivos unos 150.000 afiliados. Esos fueron los que votaron en Vista Alegre 2, por ejemplo. El PP ofrece resultados similares: declara tener 865.000 afiliados, pero el número de afiliados que paga la cuota de veinte euros anuales es de apenas 160.000, según se desprende de la contabilidad oficial del partido (que tampoco es que sea muy de fiar, como sabemos). Ciudadanos, por citar al cuarto en discordia, limpió sus inflados censos en enero de este año, para establecer quienes tenían -y quienes no- derecho a votar en su IV Asamblea General. El partido de Rivera redujo la afiliación oficial del partido de 31.000 a 23.000 militantes. Con tales datos es evidente que los partidos españoles no son partidos de base, sino de cuadros, partidos escasamente abiertos a la participación de la sociedad española, con censos tradicionalmente inflados y con una implicación reducida de sus afiliados teóricos en la actividad interna. Lo que vemos estos días es apenas a un montón de dirigentes peleando por los liderazgos y las canonjías que comportan.

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