PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

A otro perro con ese hueso

Antonio Salazar

 

 

 

En el debate incipiente que se ha abierto con los impuestos partimos de una base perversa, como viene ocurriendo con otros muchos asuntos. Si uno toma partido por bajarlos, entonces es que está alineado con la derecha mientras que si acepta que subirlos está fetén, entonces es miembro del selecto club progresista. Milton Friedman decía que había que bajarlos siempre y con cualquier pretexto que es el punto del que parte quien esto firma aunque previamente habría que fijar los objetivos que, como sociedad, debemos trazarnos. No es un argumento suficiente el que España recauda menos sobre PIB que otros países de la Unión porque esos mismos países tienen PIB per cápita muy superiores al nuestro. O, dado el nivel de economía sumergida que padecemos, podríamos encontrarnos con que los que pagamos lo hacemos en una cuantía enorme al tiempo que una parte de la sociedad no los paga en absoluto (para una mejor comprensión de este argumento se recomienda la lectura de “Impuestos o libertad” editado por Gaveta Ediciones y del que es autor Ignacio Ruíz-Jarabo).

 

Pero lo que normalmente se excusa debatir es el uso y eficacia de los impuestos. Hace nada hemos sabido, en función de un estudio del Instituto de Estudios Económicos, que en España se podría mejorar la eficiencia del gasto y ahorrar en consecuencia 60 mil millones de euros al año. No es una cifra baladí, supone el doble de lo que se ingresa con el Impuesto de Sociedades. Se creó una agencia (la AIREF) para fiscalizar el gasto público y apenas si ha servido más que para convertir a Escrivá en ministro en un caso de conflicto de intereses inaceptable en otro lugar. Pero es conveniente ver qué y cómo gastamos el dinero público porque, a diferencia de lo que pensaba la Vicepresidenta Carmen Calvo que no era de nadie, sale siempre de los estragados bolsillos de los pagadores de impuestos. Un euro que tributa tiene un fin, que debería ser exquisito y modélico en su gestión, pese a que tiende a ser mal empleado -en el mejor supuesto de ineficiencia pero también es causa de corrupción- mientras que ese mismo euro en el bolsillo de su legítimo propietario, subrayemos su legitimidad, puede ser ahorrado, invertido o consumido, que son funciones esenciales en cualquier economía dinámica.

 

Por eso no tiene ni medio pase cuando, con la displicencia que le caracteriza, el vicepresidente del Gobierno de Canarias, Román Rodríguez afirma que no se puede rebajar el IGIC porque el 58% de esos recursos van a financiar a las corporaciones locales. Pretende hacernos creer en el valor intrínseco de esos impuestos en manos de derrochadores profesionales para, al tiempo, comprobar como no escatiman en publicidad, fiestas y conciertos. ¡A otro perro con ese hueso!

Comentarios (0)