20.000: no lo inventó Yolanda
Francisco Pomares
Creo que la primera vez que escuche hablar de Philip Pettit, fue siendo presidente Rodríguez Zapatero. Parece que mucho antes de llegar a Moncloa, Zapatero había leído Republicanismo, una teoría sobre la libertad y el gobierno, y quedó tan impactado por su lectura, que cada vez que tenía oportunidad de glosarlo lo hacía. El republicanismo de Pettit no tiene nada que ver con la adscripción republicana tradicional, de hecho, Pettit considera que las modernas monarquías son formas de res pública, aunque eso no sea la clave, sino una consecuencia de su pensamiento. Para Pettit el republicanismo representa el principio de la libertad, entendida como ausencia de dominación y dependencia, la superación del individuo que deja de estar sujeto a la voluntad arbitraria de otros. Se trata de una teoría distinta del liberalismo, del populismo y de las doctrinas democráticas radicales porque no cree que la intervención directa del pueblo en las deliberaciones publicas sea una forma elevada de libertad, sino más bien un eficaz instrumento para evitar la arbitrariedad.
Zapatero se vio casi instantáneamente seducido por el pensamiento de Pettit, incorporó sus ideas cuando creó su Tercera Vía imitando la Third Way del laborista Blair y también el Nuevo Centro del socialdemócrata Schröder. La pareja había elegido el camino del pragmatismo y la eficiencia, asumiendo la economía de libre mercado y ofreciendo en compensación la revisión del pacto social entre Estado y ciudadanos. Tras ganar a Bono por los nueve votos del entourage socialista catalán, en su pelea por la secretaría general, Zapatero tuvo la buena suerte de estar en el lugar adecuado en el momento justo, cuando centenares de personas tuvieron esa misma mala suerte: los atentados de Atocha el 11-M y la gigantesca mentira urdida por Aznar para ganar por goleada acabaron por hacerle presidente de forma inesperada.
Ya en Moncloa, Zapatero se entrevistó un par de veces con Pettit, y al final de su primer mandato logró convencerle para que realizara un examen independiente de su política. Halagado por el encargo, Pettit realizó ese examen con generosidad, aplaudió el buenismo y el talante, bendijo el diálogo con ETA, y apoyó las decisiones más importantes del gobierno -la Ley de Igualdad, la ley contra la violencia de género, la homologación del matrimonio homosexual con el tradicional, la regularización concedida a 700.000 sinpapeles, la Ley de Dependencia…- aunque no renunció a diagnosticar algunos aspectos que a Zapatero le gustaron menos. Por ejemplo, la aplicación de una política sostenida en los aciertos de Aznar, la existencia de una economía poco equilibrada y creadora de desigualdad, un sistema judicial intervenido por la política y una Educación muy por debajo de los estándares europeos. También molestó a Zapatero que Pettit señalara con desolada premonición los conflictos que provocaría el Constitucional cuando se pronunciara sobre el Estatuto catalán, que Zapatero prometió aprobar tal y como llegara de Cataluña.
José Luis Rodríguez Zapatero y Philip Pettit
Pettit acabó premiado con su nombramiento como miembro de la Fundación Ideas, creada por el propio Zapatero en 2008, y disuelta por el PSOE en 2014, tras la etapa en que la gobernó Jesús Caldera. Del republicanismo de Pettit que inspiró su primer mandato, Zapatero se quedó con su pésima caricatura y una interpretación nada socialista: la de que había que tratar a todos igual. Fue esa aberración la que inspiró, por ejemplo, el cheque bebé. Y es esa misma política –de la que Pettit abomina- la que ha dado forma a esta avalancha de sobornos camuflados que hoy contaminan las políticas de reparto urbi et orbi de la izquierda: desde el ensayo del bono cultural de 400 euros a los cumpleañeros que alcanzan la edad de votar, a la estafa de esa herencia universal que sólo se cobrará cinco años después de pedirla. Un invento de doña Yolanda para quitarle a Sánchez un puñado de votos jóvenes e idiotas. ¿Desde cuándo es de izquierdas dar lo mismo a los ricos que a quienes lo necesitan? Si Pettit levantara su irlandesa cabeza, seguro que no sería tan generoso como la última vez que sometió a Zapatero a examen.