Las “culpas” de la crisis migratoria
Ha dicho la letrada experta en Extranjería, Loueila Mint El Mamy, en los medios de comunicación que “treinta años después de que llegara la primera embarcación a Canarias, ya no se puede jugar a la improvisación". De sus palabras se deduce que Canarias, Lanzarote, en este caso, tiene que estar preparada para acoger a 2.000 personas cada cinco días. Si se mantiene el ritmo 12.000 al mes… en un año habría más población migrante que local. No parece lógico exigir a la isla estar preparada para acoger el éxodo de todo un continente. En el otro lado, se situaba el teniente alcalde de Arrecife, Echedey Eugenio, que criticaba con acierto la improvisación del Estado en cuestiones de Inmigración. Y es que, ya no en Canarias o en España, es que ni siquiera en Europa cabría toda África. La solución, por lógica y si no recurrimos a argumentos buenistas, debería estar en origen. Nadie debería verse obligado a abandonar su tierra para que solo unos cuantos se beneficien de ella. Mientras Europa, EEUU y el resto de los gigantes de Occidente sigan mirando para otro lado, África no podrá hacer otra cosa que seguir huyendo. Y no se puede apoyar y ver con buenos ojos que un continente entero tenga que escapar para sobrevivir.
Lágrimas aleatorias
En las últimas pateras llegadas a Lanzarote, venían niños pequeños, en algunos casos, solos. Sin padre y sin madre. ¿Se imaginan cómo lo tienen que estar pasando esos padres para preferir mandar a una niña de cuatro años sola, en un viaje que podría ser mortal, a otra parte del mundo, a que se quede con ellos en una tierra sin futuro? Es difícil meterse en su piel. Vemos en estos días el desastre de Valencia y se nos llenan los ojos de lágrimas porque a esas personas les han robado su vida. Muertes innecesarias, casas destrozadas, personas sin lugar donde vivir… Se nos parte el alma. Pero a lo otro, a eso ya nos hemos acostumbrado y nos limitamos a decir que hay que poner más camas en medio de un puerto, o meter a los niños en centros, sin sus familias, como si eso fuera una solución real a un problema gravísimo que, por repetición, ya no nos hace llorar. Ojalá los africanos, dentro de no demasiado tiempo, vengan a Lanzarote a hacer turismo, en hoteles, consumiendo en restaurantes y disfrutando de la isla y nosotros hagamos lo mismo cuando les visitemos. Todo lo demás es no querer quitarnos la venda de los ojos.