Volar
Andrea Bernal
Recientemente leía sobre el vuelo de una lechuza llamada Tina sobre el cielo de Ucrania.
Un viaje de 4.400 km enmarcado en un proyecto del Ministerio de ciencia sobre la investigación de una enfermedad zoonótica, tularemia.
Que Tina sobrevuele la penuria humana, puede verse –fuera del campo científico de investigación - como algo poético y filosófico.
Una lechuza, símbolo del saber, ojos que giran perspicaces sobre el mundo, observa ahora el horror humano.
¿Qué es volar? ¿No es volar acaso elevarse, empujarse, sostenerse con las alas? ¿No es algo mucho más complejo que los hermanos Wright consiguieron en 1903? ¿Serán Ícaro y Dédalo levantando sus brazos? ¿Qué se siente al volar, qué se observa? ¿Qué pensarán las aves, allí, en lo alto, de nuestro comportamiento?
Si tuviéramos la habilidad de volar, tal vez veríamos todo con perspectiva, como las aves.
Ellas toman vuelo libre.
Tina parece tener una misión investigadora. Una científica peculiar que agradece no entender la crueldad humana, pero en cuyos ojos quedará la imagen de misiles, ciudades destrozadas como paisajes.
Mientras Tina vuela, el hombre vuela con la imaginación. El hombre ignora su realidad, la maquilla con filtros tecnológicos, la huye, la trastoca, no se enfrenta. Volamos, no hay duda, volamos de otro modo.
Pero entre sequías, guerras, hambrunas, plásticos, deforestaciones… Nada, nada, nada, es ajeno a los pájaros.
Poema
Mecer
Un paso más,
a luz de atardecer,
atravesando cortinas blancas,
paredes blancas,
buganvillas atrapadas,
es un No.
Frasquito de cristal.
Recuerdo las gaviotas, los muros verdes,
el mar furioso,
las barquitas que se mecen.
Cunas de niños en el agua.
Es un No.
Frasquito de cristal,
una sombra.
Un paso más,
luz de atardecer,
nada sucede.
El mismo cuerpo interior:
Éste, este…
Porque es un No,
Pero si fuera otra respuesta
sería yo,
una de las barcas del atlántico,
una madre más
que en silencio mece, mece, mece.