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Una manzana

Andrea Bernal

 

 

Casi una manzana. Casi una manzana entera. Casi una manzana roída en un café atrozmente capitalista con música de fondo absolutamente artificial. Malus domestica inconfortable ante un prominente reggaeton.

 

Boca de una chica de 37 años primitiva junto a la naturaleza. Boca masticando con ligereza y sensualizando esa mesa en un hábito constante de revolución. Revolución incongruente para el consumismo de bocadillos envueltos en plástico de aeropuerto.

 

Enroscar una botella, su cuello de útero y desenroscar. Plásticos sucesivos que observan aviones contaminantes y necesarios de nuestra vida actual. No-lugares.

 

Casi una manzana. Casi, porque no es pura. Casi consigo ver una manzana en un antro de luces de neón parpadeantes y aviso a pasajeros.

 

Soy el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal y la exiliada del Edén. La chica que come una manzana entre comida llamada basura y la chica que lee.

 

Lo soy por voluntad propia y no por ser mujer. Lo soy por el atrevimiento de roer así, despedazar así, lo natural en sacrificio por lo artificial.

 

Un acto vehemente. Un acto al que acompaña sobre la mesa el “Matar el ángel del hogar” de Ms. Woolf y la “Vindicación de derechos” de M.Wollstonecraft.

 

Casi una manzana. La manzana que acaba diminuta y frágil en una bolsa de papel, en un contenedor de reciclaje de aeropuerto del que no me fío. La despedida de una mujer frente a su manzana roja, frente a la recuperación de todo lo que es puro.

 

Cualquier aeropuerto supone en su transitar un halo de falsedad, casi tanto como los comercios que lo acompañan y las souvenirs que hemos creado como recuerdo de los materiales diminutos de construcciones delirantes.

 

Casi una manzana, la defensa por una misma. Torrecita de tres libros en un sírvase usted mismo. Y arriba una manzana, pidiendo a gritos, su lugar.

 

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