Turismo y Schiller
Andrea Bernal
Vivimos en un país vacío y vivimos en un país masificado. Vivimos en la España del interior más bello y lúgubre y vivimos en la España costera, de sol y chiringuitos. Mientras una España se llena, otra se vacía.
La mitad de España está hablando castellano, euskera, gallego, catalán y la otra mitad está hablando inglés, francés, alemán…
Cuando los habitantes de Puerto del Carmen bajen a comprar el pan por las mañanas, escucharán a su cajera del supermercado decir: -Good morning! Do you need a bag?. No importa que estén en España: Escucharán música inglesa, partidos ingleses, servicios de urgencias en inglés, y les venderán camisetas con frases en el idioma anglosajón.
Como dice R. Christin en su libro “Contra el turismo”, todos somos turistas. Me documento junto a Marina Planas sobre su “Enfoques bélicos del turismo; todo incluido”, los maravillosos impresos de Els Baluars 2020. Y no. Ese no es el problema. O sí, lo es, disculpen ustedes. Pero lo es dentro de un sistema que ya nos ha devorado, del que hemos sido partícipes, y dentro del complejo paradigma social y/o de pseudo-desarrollo que ya hemos construido.
No podemos reflexionar sobre la masificación turística y el desarrollo sostenible sin entender el complejo engranaje psicológico, sociológico, filosófico, ecológico que subyace.
Desde mi posición como filósofa, tengo más preguntas que respuestas. La primera es:
¿Qué es ser turista? ¿Qué supone ser turista hoy? ¿Necesitamos constantemente ser turistas? Como profesora de filosofía me pregunto: ¿Tiene relación la forma que tenemos de vivir y con-vivirnos? ¿Acaso no tiene relación con el turismo la educación? ¿Tiene relación la Tierra, el cambio climático, con el turismo? Esta última pregunta parece la más sencilla, pero esconde también muchas aristas.
Hablando con mi amigo M, entendí que de un modo u otro, los clásicos como Schiller -esos polvorientos que se encuentran ya en las estanterías de anticuario- dieron la clave de muchos de nuestros problemas.
En sus “Cartas sobre la educación estética del hombre” (1795), Schiller propone esa educación sentimental. Una educación sentimental que tal vez no sea aquella olvidada “educación a la ciudadanía”, pero sí aporte la mirada del hombre hacia la naturaleza y lo puro. Una pureza mezclada con ingenuidad que Schiller citará también contra el “artificio”.
Si vamos más allá, podemos entender lo que supone “sensibilizar”. Ojo, no “adoctrinar”.
Si reflexionamos un paso más, podemos escuchar a Jesús Mosterín o Aranguren dando voces, pero también, sin duda, a César Manrique en nuestra isla. No. No era filósofo. ¿O tal vez sí? Todos lo somos de un modo u otro.
Y como Schiller, tal vez un primer punto, o fino hilo de la enorme tela de araña donde nos encontramos, trate en definitiva de la convivencia y la sensibilidad.