Stop a las vacunas a los niños de entre 5 y 11 años
Sigfrid Soria
A principios de diciembre publiqué el ensayo ¿De qué vacunas estamos hablando?
El negocio de la mentira y el miedo, trabajo en el que desmontaba la versión oficial de las llamadas vacunas COVID en la medida en que esos sueros ni evitan que el inoculado se contagie, ni que una vez contagiado pueda contagiar. De hecho, millones de personas se han inoculado creyendo que así se protegerían contra el virus y protegerían a cuantos les rodearan, como si lo que se les inoculaba fueran verdaderas vacunas. Tanto es así que hasta el célebre pasaporte COVID se impuso como herramienta para entrar en sitios cerrados, entre otros, con la certeza de que esos sitios eran libres de SARS-CoV-2, es decir, como si los inoculados con pauta completa estuvieran libres de virus. Inaudito fraude. No obstante, en dicho ensayo reconocí la alta correlación entre la alta tasa de inoculación COVID y el desplome de la incidencia hospitalaria, desarrollo de enfermedad grave e, incluso, la significativa bajada de la letalidad.
Adicionalmente, en el citado ensayo manifesté la absurdez de inocular sueros COVID a niños, dado que este subgrupo humano no desarrolla enfermedad grave, y ni siquiera enfermedad, en términos estadísticos. Es más, lo niños son quienes más se han contagiado y, por tanto, comportado como vectores de propagación, pero quienes menos han enfermado y muerto, con muchísima diferencia respecto de otros grupos de edad. Pues bien, profundizando en lo expuesto en el ensayo de diciembre, si los niños ni desarrollan enfermedad grave ni mueren por contagio de SARS-CoV-2 y los sueros COVID ni impiden el contagio ni contagiar, ¿qué sentido tiene inocularles masivamente? Porque el sentido de inocular a ancianos es muy claro, dado que es el subgrupo que más desarrolla enfermedad grave, así como el más susceptible a la letalidad; y está clarísimo que los sueros COVID permiten alargar la vida de nuestros mayores y que esa vida sea de mayor calidad. Pero, sin embargo, carece completamente de sentido someter a los niños a la inoculación masiva con un fármaco que les es absolutamente inútil, y que les aboca a asumir la estadística de los efectos secundarios que tienen los sueros COVID, como fármacos que son.
Hechas las oportunas referencias al ensayo publicado en diciembre y centrándome en la vacunación infantil que ha implementado la Consejería de Educación, Universidades, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, entro en la justificación de esta noticia. Revisadas las competencias, el Reglamento Orgánico, la Misión, Visión y Valores y los Objetivos Estratégicos de la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias, resulta que no hay rastro normativo que soporte la vacunación de canarios entre 5 y 11 años. Si además de no haber justificación competencial, la Consejería inocula fármacos a menores manipulando y tergiversando a la propia Organización Mundial de la Salud, y lo hace obviando preceptos administrativos, entonces es cuando decido interponer ante el Tribunal Superior de Justicia de Santa Cruz de Tenerife Recurso Contencioso Administrativo Especial para la Protección Jurisdiccional de los Derechos Fundamentales de nuestros más indefensos. Agradezco la imprescindible dirección letrada de Doña Almudena Viota Mariñas, Abogada colegiada en el Ilustre Colegio de Santa Cruz de Tenerife y también agradezco la atención a los preceptivos procedimientos y plazos del Procurador Don Javier Bueno Mesa.