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Saramago, el aprendizaje continuo

Andrea Bernal

 

 

“En un principio, pues todo necesita tener un principio, incluso siendo ese principio aquel punto final que no se puede separar de él…se abrieron cuatro caminos…”

 

  Este “Reflujo” de Saramago, sucedido el año de su centenario, debe hacernos sentir continuamente en un principio de aprendizaje.

 

Principio al abrir las páginas de “Caverna”, “Casi un objeto”, “El evangelio según Jesucristo”, “Ensayo sobre la ceguera”, en cada uno de sus libros.  Principio en su literatura pero también en el hombre, en el habitante de la isla.

 

El hombre que desasosiega, reflexiona y crea la “Carta Universal de Derechos y Obligaciones del Ser Humano”.

 

Pensar en Saramago hoy y en el mensaje filosófico y humanista de toda su obra, es acercarse a los otros. Es saberse ciego y ser consciente de nuestra ceguera para aprender a mirar de nuevo.

 

Tenemos el deber generacional de familiarizarnos con su pensamiento en este tiempo de armas donde la responsabilidad se aleja falsamente de nosotros mismos y en el que es necesario seguir peleando por la igualdad, la conciencia de lo común, la solidaridad humana.

 

Un tiempo donde debemos tener la firmeza necesaria para luchar por un futuro que no solo está pautado en órdenes políticos e instituciones, sino cuyo riesgo provoca la pérdida de nuestro hábitat. La crisis climática supone posiblemente el periodo más vulnerable de la historia en cuanto que constituye un re-pliegue del ser vivo y su “poiesis”, una posible auto-destrucción.

 

La imagen contemporánea se parece a la de ese hielo que va deshaciéndose en nuestra mano dejando un reguero de agua en la obra de Wilfredo Prieto.

 

En el exquisito concierto de Teresa Salgueiro el pasado viernes en el Auditorio de Jameos del Agua, se pudo reconocer la sensibilidad humana de todos los que escuchábamos fados y versos, palabras sabias, imágenes que nos trasladaban a sus libros o a su generosidad como modo de vida.

 

Saramago es necesario, eterno por ser próximo, por ser-nos aprendizaje continuo de nuestra generación no solo en su literatura, sino en el hombre sencillo que supo reflexionar y dar voz a las complejidades humanas.

 

Saramago queda, tras su centenario, eternamente vivo, como viven todos los clásicos y genios, de forma sencilla, entre olivos, entre piedras, como nosotros.

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