Salpicados de salitre
Juani Alemán Hernández
El sonido del agua de la acequia y mis manos chapoteando, era una dulce melodía, que retumbaba en mi cabeza. El trozo de trapo viejo que mi madre me daba para que la dejara tranquila. "Esta niña está loca, perdida," decía, "todo el día inventando." Qué rico el dulce de membrillo en aquella cocina, en Teror; mamá lo hacía exquisito. El panito de matalahúva, calentito con nuestro chorizo. Mi padre me acompañaba a los castañeros para hacer una caminata bajo el olor de aquellos árboles. Margullar en la Puntilla, y coger burgaos con marea baja, me encantaba comer las lapas crudas. El Club Victoria, otro sitio,muy mágico para papá, gran jugador de fútbol.
Aquellos albaricoques en Tunte, con mi amiga Yoli, su madre Yolandita servía aquella ambrosía de los dioses, dulzura pura.
Mi tío llegaba a casa con su fotingo color gris; le gustaba mucho una jarana y se apuntaba a todo. Cuando llegaba, me ponía en su cuadril y me daba besos y abrazos para un año. Tía Pino tarareaba una folía acompañada de mamá, que cantaba como los ángeles. En su momento, hacía sus pinitos en Radio Las Palmas, y su voz era una dulce melodía. Cantaba mucho "Yo tengo un cambullonero" de Mary Sánchez. Aquella casa vacacional era un lugar con olor a abrazos, a canela, a besos, a risas. Me queda magua de ¡aquellos tiempos!, cuando nos reuníamos todos. Las risas de los más pequeños; papá se desalaba cuando me veía colgada de la higuera. El rebumbio de la familia al completo era VIDA, aquella sota, caballo y rey despertaba a cualquiera. Qué bonito ese cielo claro y limpio en El Hierro, uno de los cielos más claros del mundo, unido a ese silbo gomero, para practicarlo en el cráter más grande que existe en nuestra preciosa isla de La Palma. Paladear esa miel palmera con unas torrijas, sentados y viendo cómo un perenquén sube por la pared blanca para realzar más su presencia. Saboreando una trucha de batata en un guachinche de La Laguna, esa belleza colonial de su arquitectura enamora a todos. La plaza del Adelantado me enamoró desde que la vi. Siempre viajaba con mi tía a pagar la promesa a nuestro Cristo de La Laguna. Me apetecía darme un baño en Jandía, aquel mar de color turquesa. Al salir del agua, unas lapas con mojo con un cacho de queso majorero, es debida obligación estando allí.
(Recuerdo con mucho cariño; esas torrijas traídas por mi compañero al colegio, el día de Canarias; sabor a mamá, ese Alberto hizo que recordara aquellos platos sobre la mesa de la cocina, donde me las comía de dos en dos)
Un buchito de café calentito del termo que llevo en la mochila y sentada en el interior del Volcán del Cuervo es un óscar para mis sentidos. Esa Montaña Bermeja parece arder con ese color intenso, acompañados por ese paseo por el Charco de San Ginés, sin olvidarme de Montaña Amarilla en La Graciosa, que contrasta con las aguas turquesas de su playa El Salado. Me mando a mudar, mis hermanos canarios, recordando a Benito Pérez Galdós con sus Episodios Nacionales. César Manrique decía que crear con total libertad, sin miedos, confortaba el alma. Sin olvidarnos de Josefina de la Torre, con su frase más hermosa: “Yo buscaré, detrás de tu mirada, la imagen de mi imagen.” Nuestro mar azul, como decía Tomás Morales, el mar de nuestra Patria. Que me salpique el salitre SIEMPRE, madre Canarias.
Dedicado a ni madre.