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Primaveras

Andrea Bernal

 

 

Ocurre, cambia el tiempo. El no creado, el otro, el que abre la posibilidad de florecer.

 

Desde finales de marzo va invitando al sol con su calidez a adueñarse un poco más de nosotros. Hilos amarillos, espadas muy finas de trigo que reposarán en la hierba. Formas de luz.

 

A una luna llena sucedió una primavera enmascarada. La vimos desde una casita diminuta de campo, entre plataneras y nísperos.

 

Tenía los ojos oscuros y las mejillas rosadas. Era tan solo el principio del amor.

 

Su antifaz guarda el secreto. No sabemos en realidad, el segundo exacto del suceso, el transcurso de la naturaleza estación tras estación. No tiene tiempo, piénsenlo. Salvaje trote natural, no tiempo.

 

En un planeta amenazado, descuidado, entorpecido, la primavera resurge sin rencor.

 

Las lagartijas corretean entre las piedras y las mariposas desatan su vuelo vacilante, homometábolos que tras su paso de larvas a imago, quieren pintarnos de nuevo el rostro -el puro, el “sin-máscaras”, el de personas-.

 

Hay una primavera. Y hay otras primaveras. Primaveras que creamos, primaveras que podemos elegir: las de una guerra-muerte, o las de un nacer.

 

 “Los mares nos anuncian en su idioma, que llega un nuevo sol, jamás cautivo, que nos traerá la bíblica paloma su mensaje de paz, rama de olivo. Quiero llegar cansado hasta tu puerta, que me digas adiós con tu pañuelo y continuar absorto mi camino, que tu eres como el alba, luz incierta, sombra delgada que se ciñe al suelo, y yo soy nubes, mar, un peregrino”. Primavera. José Hierro

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