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Los verdaderos límites de la psicología

 

 Por Inés Rodríguez

 

  • Inés Rodríguez
  • Cedida
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    La psicología es una ciencia reciente, y como tal, cada día se descubren nuevos factores que intervienen en la salud de nuestro cerebro. Constantemente, los profesionales que trabajan en el ámbito de la psique se cuestionan el porqué de nuestro comportamiento.

     

    Ahora bien, ¿ los psicólogos tienen libre albedrío para ejecutar la tarea de la investigación? Hoy quiero comentaros que no. El hecho de dar cada vez más importancia a la salud mental ha llevado a los especialistas a establecer una serie de principios deontológicos que todo médico debe tener en cuenta a la hora de experimentar con humanos. Sin embargo, la búsqueda de la ética no ha estado presente siempre, y existe un caso que podría ser el detonante para haber decidido actuar en favor de ésta. La cárcel de Stanford es la denominación que recibe un experimento psicológico realizado en el sótano de la universidad homónima entre el 14 de agosto y 20 de agosto de 1971, planificado meticulosamente por el psicólogo Philip Zimbardo.

     

    El objetivo era simple: citar a 24 estudiantes varones, con un estado óptimo de salud mental, para simular durante dos semanas la situación que se viviría en una cárcel real, y así, poder averiguar el origen del comportamiento violento en estos ambientes. Zimbardo, que tuvo incluso el apoyo de las autoridades para realizar el experimento, acondicionó el sótano de la universidad para que la experiencia fuera lo más real posible. Un día antes del experimento, escogió al azar el papel que cada participante asumiría: carcelero o preso. A los carceleros se les dió una charla informativa sobre la prueba, en la que sólo se les prohibió emplear la violencia física; mientras que los presos fueron enviados a sus casas, y el 14 de agosto, unos policías simularon arrestarlos, para así trasladarlos a la sede del experimento.

     

    Estaba todo listo para que la prueba resultara en un rotundo éxito, o eso creían. Y es que, a partir del segundo día, todo se descontroló. Los carceleros comenzaron a tomarse en serio su papel, hasta el punto realizar múltiples vejaciones sobre los reclusos; desde forzarlos a portar en sus cabezas bolsas de papel y cadenas en sus tobillos, hasta prohibirles la entrada al servicio. Los prisioneros, lejos de indignarse, se resignaron a sufrir su situación, como bien se les había indicado al principio. Zimbardo y los demás compinches del experimento actuaban sin mayor preocupación, creyendo que la situación evolucionaría de manera positiva. No obstante, el maltrato psicológico incrementó con el pasar de las jornadas, y al llegar el sexto día, una investigadora que entró a la sede para examinar el progreso de la prueba, comprobó que todos los allí presentes habían rebasado los límites de la moral humana, por lo que exigió a Zimbardo que diera por terminado el experimento.

     

    De este modo, el psicólogo, viendo las consecuencias que había originado, canceló su investigación a ocho días de finalizar oficialmente. El caso, durante años, fue un escándalo para la psicología estadounidense. La mayoría de los participantes de la cárcel de Stanford acabaron con diversos traumas psicológicos, lo que originó un extenso debate sobre el trato que estaba dando la ciencia a los sujetos con los que experimentaba. El debate todavía continúa 50 años después, en obras como “El Juego del Calamar”, que trata de hacer ver cómo las consecuencias de una crisis económica llevan a tal nivel de desesperación que estamos dispuestos a incluso matar con tal de mantenernos a flote; aunque también se puede vislumbrar en el ámbito social, y por supuesto en la filosofía, que constantemente se cuestiona el origen de la naturaleza del mal. Según Stanford, cualquiera puede aprender el arte de la maldad, puesto que sólo bastaría la orden de una autoridad para empezar a hacer daño sin ningún remordimiento, sólo obedeciendo, camino que nos resulta más sencillo en la mayoría de los casos. Quizá Zimbardo tuviera razón e implícitamente nos quisiera dar un mensaje: hoy en día, estamos frente a nuestro mayor enemigo y no nos hemos dado cuenta de ello. Nosotros mismos.

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