La importancia de cómo se cuenta el fenómeno migratorio
José Segura Clavell
Director general de Casa África
En Canarias, como bien saben, la llegada de personas en cayucos y pateras, la inmigración irregular por vía marítima, es un fenómeno muy presente en nuestro día a día. Aparece a diario en los informativos de televisión, es un tema omnipresente en el espectro mediático del archipiélago canario y, como es lógico, forma parte de nuestras conversaciones.
Sucede a menudo que recibo mensajes por WhatsApp o escucho conversaciones por la calle relativas al fenómeno migratorio de evidente y desagradable calado racista. Muchas veces, la mayoría, estos mensajes vienen acompañados de mentiras, de bulos.
Conceptos como ‘la paguita’ o todo el odio vertido contra los menores no acompañados, llamados despectivamente ‘menas’. O que vienen a quitarnos el trabajo, o que su presencia pueda tener relación directa con la delincuencia, incluso a veces con el yihadismo, o que nos traen enfermedades contagiosas… Todo este conjunto de historias ha logrado calar en buena parte de la sociedad y conforman lo que se llama el marco narrativo sobre el que se habla de migraciones.
Esta semana acogimos en Casa África a una delegación del CIDOB, el centro de pensamiento (think tank) sobre relaciones internacionales con base en Barcelona, para presentar los resultados de un proyecto europeo que se ha encargado de liderar, llamado Bridges (puentes), en el que han colaborado 12 instituciones o universidades de toda Europa para investigar y sacar conclusiones sobre una pregunta muy clara: hasta qué punto las narrativas migratorias, es decir, la manera en que contamos la llegada de migrantes a Europa, condiciona posteriormente las decisiones políticas que se toman y, al mismo tiempo, el sentir de la opinión pública.
La manera en la que los medios de comunicación cuentan el fenómeno migratorio ha sido objeto de estudio en hasta seis países europeos en el marco de este trabajo. Y una de las conclusiones principales pone de manifiesto que la mejor forma de afianzar un discurso de odio contra los migrantes pasa por deshumanizarlos. Las informaciones sobre migraciones siguen tratando a las personas como una masa sin nombre ni rostro (como pretenden precisamente desde la extrema derecha, que suele utilizar dos términos profundamente malintencionados y perversos: los menas, para los menores, y los ‘jóvenes en edad militar’, para los mayores de edad). Efectivamente, la deshumanización del colectivo es el elemento perfecto para evitar cualquier rasgo de empatía hacia estos seres humanos que se juegan la vida a bordo de un cayuco.
Permítanme matizar aquí que en Canarias el escenario es algo diferente al que tenemos no solo en la península, sino en el resto de Europa. Podemos decir orgullosos que, salvo excepciones, hay un tono diferente con el que nuestra ciudadanía habla de los migrantes africanos que llegan en patera.
Uno, porque aún somos capaces de recordar que hace muy pocos años eran miles y miles los canarios que se jugaban la vida en la mar a bordo de embarcaciones precarias para conseguir llegar hasta Cuba o Venezuela, por ejemplo.
Y dos, porque podemos presumir de que hemos tenido en los últimos años, en paralelo a la llegada de pateras al Archipiélago, excelentes muestras de buen periodismo que precisamente ha tenido en cuenta la necesidad de no deshumanizar al colectivo migrante, de contar historias personales, de hacernos empatizar con aquellos que sobreviven y con los que lamentablemente fallecen en la travesía.
Nombres como José Naranjo, Nicolás Castellano o Juan Manuel Pardellas lo han hecho desde la crisis de los cayucos (2006-2008), y a ellos les han seguido profesionales como Txema Santana o José María Rodríguez, actual delegado de la Agencia EFE, que se han empeñado contra viento y marea en la necesidad de contar historias, porque el peligro en las narrativas migratorias siempre ha sido limitarse a contar cayucos y a reproducir las declaraciones de los políticos, especialmente si son críticas o cuestionan la atención a estos migrantes. Y ahí es donde surgen los miedos, cuando personas con historias, anhelos y aspiraciones a una vida mejor se muestran como una peligrosa masa uniforme que hará cualquier cosa para lograr su sueño.
La creciente precariedad de los medios de comunicación, con plantillas cortas que compiten con la gratuidad e inmediatez de las redes sociales, auténticas autopistas sin peaje para la desinformación, hace que cada vez sea más difícil hacer periodismo en la calle. ¿Cuántos periodistas que escriben a menudo de inmigración o reproducen las notas de prensa de nuevas llegadas han estado abajo en el muelle, viendo de cerca el desembarco de un cayuco?
¿O cuántas veces se han planteado que quizás solo han escrito de migración en relación a africanos llegando en patera y no lo han hecho de personas procedentes de Latinoamérica o, sin ir más lejos, de Italia?
El trabajo realizado por CIDOB, que sus autores quisieron compartir durante una mañana entera en Casa África con profesionales de diversos ámbitos que trabajan alrededor del fenómeno migratorio en el archipiélago canario, es profundo y da muchísimo que pensar.
Su máxima responsable, Blanca Garcés, nos explicó de forma didáctica el qué, el quién, el cómo, el dónde y el cuándo de las narrativas migratorias en la Unión Europea. Narrativas dominadas por políticos, en las que se silencia la voz y las historias de los migrantes. Y narrativas, lamentablemente, dominadas por la extrema derecha, porque parece que el resto de partidos ha llegado a la conclusión de que hablar de migración en términos empáticos con los migrantes puede ser un riesgo electoral y no cotiza ante el populismo reinante. Qué tristeza me produce.
Y es que una de las cosas que advirtió Garcés es que los actuales procesos electorales (en este decisivo 2024, la mitad del planeta tiene que pasar en algún momento por las urnas) tienen más que ver con los miedos de los votantes que con sus proyectos y aspiraciones. Es decir, que se vota más por lo que se teme que por lo que nos plantean en positivo los partidos políticos.
Y los comicios que tenemos por delante van a tener dos grandes vehículos del miedo: las migraciones y el cambio climático. Esto se verá claramente en las elecciones europeas que nos esperan este próximo mes de junio.
Además, es fundamental entender que ese miedo genera pasiones hacia un lado y al otro al mismo tiempo. Lo hemos visto en las recientes manifestaciones de agricultores por España, donde el temor de algunos de los manifestantes (lamentablemente influenciado por la extrema derecha) iba no hacia el cambio climático, sino hacia las medidas que, bajo el paraguas de la Agenda 2030 para luchar contra el cambio climático, podrían perjudicarles.
Hace unos años, las narrativas alrededor de los fenómenos migratorios eran más duales: o presentaban a los migrantes como víctimas (y, por lo tanto, apelaban a nuestro deber de acogerles) o como amenaza (y, por lo tanto, exigían un mayor control de fronteras).
En la actualidad, nada es tan sencillo. Al haber sido utilizados por algunos países como herramienta de presión y de negociación, la ciudadanía ha concluido que el hecho de que sean víctimas no excluye que también sea fundamental una mayor protección de nuestras fronteras. En el equilibrio de ambas está la clave. Pero, y aquí concluyo, todo este asunto de la migración, el pacto europeo y la posición de cualquier gobierno, en mi opinión, debería tener una parte innegociable: poner los medios suficientes para evitar más muertes en la mar. Es una idea que llevo repitiendo sistemáticamente desde que, tras mi experiencia directa en la gestión diaria de la crisis de los cayucos, publiqué en una monografía sobre el fenómeno migratorio por vía marítima en Canarias, y que hoy reitero: el cumplimiento de la normativa internacional sobre el salvamento de vidas en la mar. Mi temor es que estas narrativas de las que hemos hablado, y los miedos que conllevan, sigan impidiendo decisiones para poner fin a tanta tragedia.