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En algún lugar a 42.000 pies de altura

 

Por Nino Díaz 

 

  • Lancelot Digital
  • Cedida

  • Siempre que paso página, en este caso la 2023, y comienzo una nueva, me gusta tomarme un tiempo para pensar en lo sucedido. Aprovecho estas casi cinco horas en mi primer vuelo internacional para pensar en mí, entendiéndome no solo como un ente individual, sino como un complejo entramado de necesidades y relaciones de todo tipo: personales, familiares, profesionales, sociales...


    Este es mi último viaje a Berlín, y aunque pienso regresar más adelante, me despido para siempre. Cuando vuelva, Berlín será otro; mi casa olerá distinta, y yo habré cambiado tanto que hasta me costará reconocerme. Desde el mismo momento en que marchamos de un lugar, como si de un escenario se tratara, todo comienza a transformarse a toda prisa, preparándose para otras escenas en las que ya no seremos parte del reparto.

     

    En estos últimos cuarenta años de nómada, he podido estar en muchísimos lugares, he saboreado muchas músicas, me he cruzado con muchísimas personas de todas clases y colores, y he creado una familia maravillosa que, como no podía ser de otra manera, dejo desperdigada por el mundo. Millones de recuerdos, que lamentablemente el tiempo me irá arrebatando, y millones de experiencias que forman parte de mi estructura ósea.


    En lo profesional, estoy encantado. No puedo más que dar las gracias a todos los que me han construido desde que mis padres me colocaron a los pies de la Candelaria, hace justo 60 años. No somos lo que nos dice el adulador espejo, sino que somos el entorno y todas las personas que, directa o indirectamente, han interactuado con nosotros desde el minuto cero hasta este preciso instante en que escribo estas líneas en el asiento 15C de un Boeing 737-800, acompañado por más de doscientos pasajeros para los cuales aún ni siquiera he nacido.


    Este último año he escrito más música que nunca, y por primera vez siento que estoy transitando por caminos que he buscado toda mi vida. Se han estrenado e interpretado más obras mías que nunca en infinidad de países, y se han grabado más obras mías que nunca. Me cuesta mucho encontrar palabras que definan lo que siento, ya que solo me encuentro con representaciones gráficas vacías que, como mucho, se quedan a medio camino de lo que me gustaría expresar.

     

    Hay tantas cosas de las que me gustaría hablar aquí y ahora. Me preocupa mi tierra, el turismo masivo, la pobreza (individual y colectiva), las carencias eternas, la sumisión, la censura, el maltrato institucional, la política, la falta de excelencia, el calentamiento global, la mentira, la muerte... y, como no puede ser de otra manera, también me encantaría hablar de música, cultura y futuro, entre muchas otras cosas. Pero, aparte de que necesitaría como mínimo un viaje al otro lado del planeta, el tiempo es una guillotina implacable que acabará en un instante con todas mis
    pretensiones.


    Aunque imagino, y así las estadísticas lo certifican, que me quedan aún muchos años por estos andurriales, no tengo ningún miedo al silencio infinito, porque no morimos el día que dejamos de respirar, sino que vamos muriendo a trozos durante toda la vida, y lo hacemos cada vez que se cierran unos ojos que nos miran.
    ¡A por la página 2024!

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