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Elecciones europeas: mucha migración, poca África

Por José Segura Clavell

 

Faltan ya muy poco para la cita de las elecciones Europeas. Se votará el próximo domingo 9 de junio y en tan solo una semana, el viernes 24 de mayo, empezará la campaña electoral. Ya los pueblos y ciudades de toda España y los países comunitarios se llenarán de carteles con mensajes para atraer el voto de la ciudadanía. Y en estos días de campaña, en toda Europa, se hablará mucho, muchísimo, de inmigración.

 

No es casualidad que dos días antes del inicio de la campaña en toda Europa, quince países, liderados por Dinamarca, hayan hecho público un documento conjunto que reclama a la Unión Europea, a ese indeterminado ‘Bruselas’ que tanto se usa como sujeto en la información europea, que explore la medida de crear centros fuera del territorio comunitario a los que llevar a los migrantes que se rescaten en el mar.

 

Dinamarca, República Checa, Bulgaria, Estonia, Grecia, Italia, Chipre, Letonia, Lituania, Malta, Países Bajos, Austria, Polonia, Rumania y Finlandia, a través de una carta conjunta pactada por sus ministros del Interior, reclaman a la Comisión Europea que ponga en marcha «fórmulas innovadoras» para frenar la llegada de migrantes en Europa, la firma de más acuerdos como los rubricados con Túnez, por ejemplo, y la puesta en marcha de este tipo de centros en terceros países, inspirados por el acuerdo al que ha llegado la presidenta italiana, Giorgia Meloni, para llevar a los migrantes que se rescaten en la mar a un país no comunitario como Albania a cambio de dinero, violentando incluso los preceptos mundialmente aceptados desde comienzos de los 80, recogidos en el convenio de Montego Bay relativos al salvamento de vidas en la mar, a la definición de aguas internacionales y despreciando el concepto humanitario de ‘náufrago’. El Reino Unido, ya fuera de la Unión Europea tras el Brexit, empezó a marcar el camino anunciando un acuerdo con Ruanda, que si bien fue inicialmente contestado por los jueces británicos, ya va camino de convertirse en una ley.Que la Unión Europea, a consecuencia de políticas socialmente erróneas, ha generado el ambiente idóneo para el crecimiento de la ultraderecha (espoleada, además, por el uso indiscriminado de la desinformación), ya no es novedad ni sorpresa. De hecho, el recientemente aprobado Pacto Europeo por la Migración y el Asilo, que recibió el visto bueno final hace tan solo dos días, es la prueba fehaciente, puesto que ante la llegada de las elecciones y el más que previsible auge de la extrema derecha facilitaron un acuerdo que muchos países (la mayor parte de ellos firmantes del documento que reclama fórmulas novedosas para externalizar las fronteras) consideraron flojo: lo que realmente quieren es alcanzar la ‘Europa fortaleza’, un continente aislado en el que no sea posible entrar, incluso siendo conscientes de que nuestro sistema económico requerirá de muchos y muchos miles de migrantes en sectores como el agrícola, por ejemplo.

 

De ahí que ya les haya contado en varias ocasiones a través de estos artículos que este asunto, el migratorio, será uno de los principales, sino el más importante, que dominarán los debates y los argumentarios de los candidatos ávidos de conseguir los tan bien remunerados sillones en Bruselas y Estrasburgo, las dos sedes del Parlamento Europeo.

 

Lo que también cada vez veo más evidente es que cuanto más se hablará de migraciones, menos se hablará de África. Quizás suene a contrasentido, pero es así. En el marco narrativo sobre el continente africano que la extrema derecha ha logrado imponer alrededor de las migraciones, la migración es una nebulosa en forma de amenaza, son cientos de miles de ‘jóvenes en edad militar’ desesperados por llegar a nuestra tierra y hacer lo que haga falta para sobrevivir a costa de nuestro bienestar, nuestra salud y nuestros privilegios. Confío en que captarán mi ironía y la rabia que me produce constatar eso, que más allá de estas afirmaciones simplistas y estereotipadas no exista una verdadera conversación sobre África, sobre los africanos y sobre la necesidad de que cambiemos radicalmente nuestras políticas para dejar de darle la espalda y centrarlo todo en la amenaza de las pateras y los cayucos.

 

En esta campaña no se hablará de que existen conflictos como el de Sudán, cruelmente alimentados por intereses espurios de la geopolítica mundial, o se hablará poco de la inseguridad en el Sahel, agravada tras la salida de las misiones europeas (aunque estas hayan sido poco o nada eficaces). No se hablará del cambio climático en África, del brutal impacto que está teniendo, y no se hablará de las hambrunas que éste genera. No se hablará de África en términos de potencial económico, de todo el necesario desarrollo de su infraestructura eléctrica, de su privilegiada posición para desarrollar energías renovables o generar hidrógeno verde. No se hablará de desarrollo tecnológico africano, de startups o de lo mucho que están avanzando a través de los pagos con el teléfono móvil, elemento en el que son pioneros.

 

Porque durante mucho tiempo, por los europeos, África ha sido vista como el continente aparte, como una región alejada del resto del mundo y descrita simplemente como una víctima pasiva del tráfico de esclavos a la que no se ha compensado por los expolios humanos y naturales de los que ha sido objeto.

 

Los futuros eurodiputados deberán ser conscientes de que los ciudadanos africanos están cansados del paternalismo europeo y que han tomado conciencia de su poder y capacidad como pueblos.

 

África es el segundo continente más extenso del mundo, también el segundo más habitado y en el que el crecimiento poblacional es espectacular.

 

Pero cierto es que se trata de la región más pobre del planeta, con un PIB que apenas representa el 3% del total mundial. Tristemente, pese a nuestra proximidad geográfica, Europa ha ido disminuyendo la intensidad de sus lazos con África, lo que está trayendo consigo el incremento de las vinculaciones políticas con otras potencias como Rusia, China, Turquía o con los petrodólares de Emiratos Árabes o Qatar.

 

En la nueva Guerra Fría en que nos encontramos entre la Unión Europea y Rusia, los países africanos se han erigido en piezas valiosas desde el punto de vista político-militar. Del pasado paternalismo europeo hemos pasado a nuevas situaciones en las que China se ha convertido en el principal inversor en el continente africano, desplazando a Europa y los Estados Unidos, y tal como dijimos en artículos anteriores, lo ha hecho intercambiando infraestructuras por materias primas, pero también dejando detrás una deuda financiera que genera una absoluta dependencia, toda una trampa para muchos países africanos.

 

Señoras y señores futuros eurodiputados: Europa no puede permitirse convertirse en actor secundario en una África que ha decidido buscar nuevos socios que le apoyen en su legítima aspiración de jugar un mayor papel en la política mundial, como se ha puesto de manifiesto en su demanda buscando presencia en el G-20 y en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

 

Si Europa continúa dejando de ser un socio prioritario del continente africano, el problema lo tendremos más los europeos que los africanos. La relación África-Europa requiere de una nueva estrategia que conlleve un equilibrio más equitativo de beneficios y responsabilidades, con una visión compartida y a largo plazo.

 

Hay que potenciar las relaciones Unión Europea-Unión Africana, y dudo de que esa mejora pueda pasar por la puesta en marcha de crueles ‘medidas imaginativas’ que supongan la subcontrata de cárceles para migrantes en terceros países, por muy seguros que digan que son. ¿Quién puede generar confianza así? En Canarias, no lo olviden, nos estamos jugando mucho. Nuestras islas son geográficamente africanas, es nuestro vecindario, y en cierta manera, nuestra familia próxima. Y a la familia, hay que saber tratarla y cuidarla.

 

Por José Segura Clavell, director general de Casa África

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