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Cuando hablo de mí, hablo de nosotras

 

Andrea Bernal

 

 

-Yo tengo un truco, dijo el enfermero, abre y cierra la mano.

 

Imagina que estás cogiendo un pajarito, pero no muy fuerte. ¡Que no se le salgan los ojos como en los dibujos animados! Durante la analítica pensé en escribir sus palabras. 

 

La ginecóloga Julia era extremadamente amable. No me recordó en nada a Mercedes, que parecía mucho más fría. Aunque de Mercedes siempre será imborrable por su curiosa comparación de mis óvulos con naranjas. "Tus naranjas son pocas, son ya maduras, hay ocho en este ovario, siete en el otro". Me sentí de pronto un naranjo, o una frutería, pero una frutería por supuesto, de las malas. En el frío ascensor del hospital, se acumulaban los cochecitos. Me pareció un gran cubo de hielo o metal donde la realidad había encerrado mis deseos.

 

En la consulta me eché a llorar. No pude evitarlo. 

 

Los procesos de maternidad en soledad son complicados, como lo son los quistes, las biopsias, los abortos espontáneos o los embarazos. Todo eso que representa el aparato reproductivo de una mujer.

 

También recuerdo a la enfermera pelirroja de pelo corto, ella me cogió del brazo, después creo que me abrazó. Yo estaba semi-sedada, aunque en pruebas anteriores se habían olvidado de ponerme anestesia y aún recuerdo ese dolor.

 

A pesar de mi timidez, hablo más con las personas que desconozco, pero que me otorgan amor. Amor altruista, amor compasivo, amor femenino que no sé cómo describir.

 

Cuento estas experiencias personales, consciente de entrar en una esfera peligrosa. Cuento estas experiencias, porque como dice mi querida L. Freixas "Cuando hablo de mí, hablo de vosotras". Y no somos vosotras, somos nosotras también, y frente a estos sentimientos comunes nada nos separa.

 

Estos días se acumulan tan inciertos como estas líneas. Se suceden los viajes a Madrid y los viajes entre islas. Volé tanto que escribí “Poemas aéreos”.

 

Cuando regresé del aeropuerto, las chicas estaban esperándome. Soy distinta a ellas. He pasado meses sin poder sonreír. Con C he enfermado. Enfermé a pesar de ser ya consciente de que muchas veces no enfermamos nosotras, nos enferman ellos. C era un pequeño demonio cruel que ahora no voy a describir. Existen otros más contemporáneos, pero viven escondidos en alcantarillas. Por eso debemos tener cuidado y no tropezar, o ayudar a levantarnos entre nosotras.

 

Hablar de nosotras y de ellos, dejar por escrito lo atroz, es un modo también de salud mental.

 

Agradezco a Eli, quien conducía y yo solo veía parte de su jersey amarillo-ocre, su generosidad, agradezco a Noelia, a Marta, todo. Las horas y las no-horas. El estar junto a los llantos.

 

Agradezco la prevención de mi editor en ciertos asuntos y los silencios sabios de mi psicoterapeuta.

 

Agradezco a las madres solteras de niñas que no conozco, que sean tan valientes. Algún día nada estará silenciado.

 

Para otras personas como Manuel, simplemente no tengo palabras.

 

¡Deberías estar feliz! - me decían todos. ¡Has publicado un nuevo libro!

 

Pero la vida es más fuerte que todo eso.  Lo es la enfermedad, lo es la constitución del ser humano... ¡Cuánto sabía de esto el torpe hidalgo! Pero ¿y si el hidalgo fuera una mujer?

 

También dedico esto a Ruth y al agua. No estamos solas. Estamos con Woolf, con Sexton, con Plath, con Alfonsina, con C. Linspector...

 

Hasta hace días nunca hubiera pensado en escribir algo así, pero comienzo a sentir el hilo rojo que nos une y las flores de G. O’Keeffe, como la imagen mostrada en esta crónica.

 

Por eso estoy también deseando leer a Ruth P. 

 

Por eso, estas letras íntimas debían escribirse hoy: Porque cuando hablo de mí, hablo de nosotras.

 

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