Crustáceos
Andrea Bernal
Aunque digan que todo está muerto, hay vida. Hubo vida. Quizá lo sepa Marte y nosotros aún no lo sabemos. Quizá se esconda en la geometría más perfecta de un crustáceo.
La vida sigue siendo nuestro gran enigma, a la vez la muerte.
Camino por “La Santa” en Lanzarote y observo mis pasos. Mis sandalias entretenidas entre cadáveres. Cangrejos que un ave supo descomponer.
Quizá no hayamos sabido ver la vida con detenimiento y nuestro error haya sido alquilar nuestros ojos a empresas remotas o apilarlos sin descanso en las pantallas.
¿Acaso es eso ver? ¿Acaso es mirar?
Los crustáceos, con sus líneas matemáticas, sus espirales, conocen la vida y la muerte.
Giren ustedes la muerte, gírenla bien, miren del lado preciso o al centro tratando de no cegarse – pues como Platón sabía, siempre hay un riesgo de ceguera en toda verdad- y obtendrán así la vida.
No puede ser vista por todos, ni de todos los modos/mundos posibles. La vida precisa de detalles muy pequeños, casi imperceptibles, aptos a veces solo para los más delicados.
Son uñas si se descuidan, trozos de cabellos, alas de luciérnagas camufladas.
La ciencia del estudio de crustáceos, malacología o carcinología, debería estudiarse más a fondo. Tiene secretos y ecos en su interior. Como esas voces del mar que susurran los crustáceos a los niños en los oídos.
Saber mirar a la vida, saber detenerse en lo pequeño, es también aprender de nuestros orígenes, nuestra zoología; pero es a su vez, anticiparnos a lo que vendrá, a esa vida o muerte que necesitamos mirar desde todos los ángulos posibles.
Deténganse. Miren.
Poema
“El mundo debió acabar,
me quedé para seguir mirando”.
(Recogido en “Todo lo contrario a la belleza”. Ed.Isla de Siltolá, 2019)