¡Café con leche y churros!
Por Lorenzo Lemaur
En la cola del pan
¡CAFÉ CON LECHE Y CHURROS!
En la Calle Real, en la Cafetería San Francisco, de las pocas que quedan de las de siempre, es donde único, que yo sepa, tienen churros, de los de siempre, de los que ahora los llaman porras. Allí, en la terraza, me aposé una de estas mañanas que baje a Arrecife a hacer cosas por la zona de la Calle Real.
Café con leche con churros, con dos sobritos de azúcar, de los que vienen con expresiones canarias; y se me volvió a ocurrir escribir sobre peculiaridades de nuestro habla canario y conejero.
Estaba chispiando un pisco y, uno que estaba en la mesa de al lado, uno con la pata esconchabá, dijo: ¡Eso es p'a más calor! Dicho. Escampó y al poco rato hacia un calor que rajaba las piedras.
Por cierto, que en uno de los sobres de azúcar ponía, como expresión canaria: _Más vale perder un amigo que una tripa_. Lo había oído, claro. Pero no sabía que la expresión fuera canaria.
Del'de la pata esconchá no me sé el nombre. Conocerlo, lo conozco. De vista. Del Lomo, creo.
¡Aguasta, Mateo! ¡Ya descubriste la pólvora!; le dijo que estaba también sentado en la misma mesa. Este, que tampoco me sé el nombre, me suena que es de por las Cuatro Esquinas.
Ahora por churros, de los de antes, los de la Cafetería Brasilia y los de Casimiro en Titerroy; me acordé de cuando hace un par de meses escribí sobre los hábitos de los niños de hoy, que, como ya escribí, los veo más gorditos de como éramos nosotros.
Nosotros, de niños, con bonituras de todos los colores, jugábamos al boliche, en medio de la calle. Todos sabíamos enrollar el hilo al trompo. La mayoría, hasta los sabían bailar en la mano. En todas las barriadas alguno tenía una pelota para jugar al quemado. Los de mi calle jugábamos en donde la curva de la calle, justo donde antes hubo un estanque de agua para que Julián de León y Juan regaran los árboles del parque. Se hizo allí, antes de que hubiera red de riego, porque era el punto más alto para que luego el agua bajara por gravedad.
También recuerdo que con un cacho de rama de un árbol y una tira de la cámara de la rueda de un coche me hice un tirapiedras. Alguna vez intenté cazar algún pájaro en el parque pero la puntería no me alcalzaba pa'tanto. Antes, en todos los barrios, el día de Reyes, desde buena mañana, se llanaban las calles de chiquillos con sus bicicletas nuevas y jugando a la pelota vestidos con sus flamantes equipajes de la Unión Deportiva Las Parmas.
¡Pícamelo menú, que lo quiero pa'la cachimba!; ponía en el otro sobre de azúcar. Me da que los jóvenes de hoy no saben ni lo que es una cachimba.
Hoy, los jóvenes, en general, lo tienen todo. Sin mayor esfuerzo. Nosotros, cuando niños y también ya granditos, se tenía que aplicar aquello de: Quien quiera lapas, que se moje el culo.
Volviendo a los de la mesa de al lado, el de la para esconchá le dijo al otro:
- ¡Vete a pulpiá!
La verdad es que no se a santo de qué, pero me quedé con la expresión, que también se está perdiendo.
- ¡Mas limpiaita cabeza pa'un caldo! - le replicó el de las Cuatro Esquinas - ¡Chiquito arretranco!
No se de qué estaban hablando, pero si que me quedé con las expresiones. Algo de una machorra que un sangalote de por Mozaga le había traído a uno de ellos; no se pa'que.
Quise poner atención a lo que hablaban y uno contaba que el día anterior se había comido un potaje chícharros con gofio escaldao, un cacho queso cabra y pescado frito. Bogas que había pescado el día anterior.
Después el otro, a cuento del ascenso de Las Palmas a primera división, se enrocó con que si Guedes tal, con que si Tonono cual y de ahí no salían.
En la Calle Real, mucho bullicio, pa'mi casi que escandalera; acostumbrado a andar por la tranquilidad de Titerroy. Mucho belingo, unos pa'riba, otros pa'bajo. Un fleje de gente que hacía tiempo que no veía se paraba pa'saludar y alegabamos un rato.
Yo ese día, que había que tenido que ir a los juzgados, baje hasta la Boca del Muelle por el Camino Viejo hasta el Pilar del Agua. De allí, por la calle Cienfuegos hasta las Cuatro Esquinas, y de allí, Calle Real abajo.
Uno que me vio caminando me gritó: ¡Mi niño, nunca las mañas pierdas! La verdad es que hace tiempo que camino poco.
Más debiera, y lo se.