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Antonio Coll, un periodista entre dos eras

Mario Alberto Perdomo

 

Antonio Coll intentó vivir la vida intensamente, de eso no hay duda. Ese es el recuerdo que, con mayor fuerza, me viene a la memoria al conocer la triste noticia de su muerte.

 

Con su fallecimiento desparece el último gran periodista lanzaroteño que desarrolló su actividad entre dos eras muy distintas, aquella analógica, artesanal y, por ello, intrínsecamente reflexiva, en la que se distinguieron los profesionales de raza hasta bien entrados los años 90, y esta que nos absorbe en la actualidad, veloz, digital, precipitada y, por ello, casi imposible de desentrañar.

 

Antonio Coll fue un periodista de la vieja escuela que, muy pronto, se vio impelido a dejar de lado su vocación para centrar sus esfuerzos en hacer realidad un proyecto periodístico autónomo, económicamente viable y capaz de pagar sueldos dignos, independiente de los grandes intereses económicos y los poderes políticos y en defensa del interés general, a fin de cuentas, el gran anhelo de todo periodista.

 

Con el cambio de década en los años 80, aquel anhelo se convirtió en una necesidad objetiva toda vez que la isla corría desbocada a abalanzarse a los brazos de la especulación, una señora de buen ver que carcomió con rapidez parcelas, cimientos sociales, mentes y almas. Y, por qué no decirlo, porque la isla aspiraba a tener voces propias y emancipadas de las encorsetadas corresponsalías provinciales, unas cabeceras que tenían otros intereses muy distintos.

 

Aquel primer Lancelot fue un gran periódico semanal nacido del compromiso de Aureliano Montero Gabarrón, Antonio Coll González y Andrés Pallarés Padilla, Moncolpa. Congregaron a su alrededor a un valioso grupo de entusiastas colaboradores que, defendiendo el progreso y abiertos a la modernidad, a la vista lo que se nos venía encima, izaron sin embargo la bandera de la defensa de las señas identitarias de la isla: el territorio, el paisaje y los valores culturales propios.

 

A partir de los años noventa casi nada fue igual. Cada cual cogió su camino hacia lugares que ahora no viene a cuento tratar de descifrar, pero lo que permanece en mi recuerdo es que hubo un tiempo en que el periodismo que se hacía en la isla, y para la isla, era periodismo del bueno, a escala local, pero del bueno y en ambos lados. Porque entonces había dos lados, tan solo.

 

De Antonio Coll guardo su amistad, su generosidad y los muchos buenos momentos compartidos en aquel Lanzarote que sabíamos que se nos iba de las manos, y, aunque rebusco entre mis rincones, no logro encontrar un solo episodio que genere una sombra de duda en él. Creo que eso es lo que mejor lo define.

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