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Adilah

 

Andrea Bernal

 

 

Adilah cumplió doce años el viernes…Sus ojos oscuros han observado un mundo difícil desde que era muy pequeña. Los ojos de un niño que ha sufrido adquieren con frecuencia la capacidad de acercarse a la complejidad de lo ajeno, lo otro, lo diferente.

 

La cultura de Adilah es la de Mohammed Sabila, Abid al-Yabiri, pero también la mezcla de un Averroes cordobés fallecido en Marrakech.

 

Tiene razón el sociólogo Edgar Morin cuando afirma que debemos mirar al sur. El sur somos nosotros y nuestra historia. El pensamiento complejo denota que toda esperanza venga de lo improbable. Pero lo improbable sucede. Sucede del mismo modo que lo azaroso, los penaltis, la tormenta, el premio, el tropezar. Como afirma Morin: “Hay que aprender a enfrentar la incertidumbre puesto que vivimos en una época cambiante donde los valores son ambivalentes, donde todo está ligado. Es por eso que la educación del futuro debe volver sobre las incertidumbres ligadas al conocimiento”.

 

Adilah termina las papas mientras mira la televisión. Los pases de balón le parecen una estudiada coreografía. Hay algo extraño en un balón que se niega a ir al borde de las porterías. Parece un balón mágico buscando algún tipo de acuerdo, solidaridades utópicas de un inestable mundo contemporáneo. Hermandad, vecindad…palabras que parecen ajenas cuando se trata de política, geopolítica, intereses oscuros.

 

La victoria de Marruecos provoca en el delgado cuerpo de Adilah un salto veloz a los brazos de su madre. La celebración será larga. Mañana ella sabrá abrazar a sus compañeros, los de un país vecino al que llegó estando muy enferma. El de un país que le regaló un pañuelo rojo que reposa sobre su cabello rizado. Adilah (que significa justicia y honestidad) parece feliz con un país en cada brazo.

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