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El lanzaroteño que dedicó toda su vida al arte

El escultor teguiseño Emiliano Hernández recibió un emotivo homenaje y la medalla Islas Canarias de la Fabrica Nacional de Moneda y Timbre

 

  • Lancelot Digital
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    “Con el arte te vas a morir de hambre”. Eso fue lo que le dijo su padre a Emiliano Hernández García, cuando siendo muy joven le confesó en su Teguise natal que él quería dedicarse al arte, como su maestro César Manrique.

     

    Toda una vida después, y con una trayectoria a sus espaldas que avala el esfuerzo realizado, el tiempo le ha demostrado que tenía razón, y que no se puede luchar contra la vocación.

     

    El pasado viernes, el Gabinete Numismático de Canarias, a través de su representante Eduardo Almenara Rosales, le rendía homenaje y le entregaba entregada la medalla “Islas Canarias”, acuñada por la FNMT. Esta fue diseñada sesenta y siete años atrás por el propio escultor cuando estudiaba en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid.

     

    El autor tiene una extensa obra escultórica repartida en diferentes partes del mundo. No obstante, en Canarias es mayormente conocido por la colosal obra ubicada en el mirador de Betancuria: “Guise y Ayose”. Se trata de dos esculturas de 4,5 metros que representan a los antiguos reyes de la isla.

     

     

    Eduardo Almenara Rosales, representante del Gabinete Numismático de Canarias, realizó una crónica sobre el emotivo acto que reproducimos:

     

    El encuentro con Emiliano Hernández en el hall del Parque Tecnológico de Fuerteventura es emotivo y cordial. Se muestra muy cercano y amable en todo momento, en compañía de su hijo Alfredo y su nuera Luci. A sus noventa y un años muestra un paso firme y una mirada enormemente expresiva. Sus manos conservan una fuerza y un pulso dignos de un formidable artista. En la oficina, su hijo nos muestra imágenes de su labor. Entre todas destaca cómo se las ingenió para realizar las enormes esculturas de Guise y Ayose en el pequeño patio rectangular de su casa. Con un andamio central y las imágenes a cada lado sobre una plataforma giratoria, Emiliano se encaramaba a aquellos hierros para dar forma a las impresionantes figuras. Alfredo recuerda como veía a su padre, con 70 años cumplidos, ayudado con un mecanismo de poleas, balanceándose como si de un trapecista se tratase. El escultor interviene con alguna de sus bromas y nos brinda un momento de distensión en la solemnidad del acto.

     

    Comenzamos a hablar sobre la medalla “Canarias”. En el anverso destaca el rostro de una mujer con pañuelo y nos concreta que se trata de una tomatera. La acompañan elementos alusivos a las islas: un drago, el Teide, una palmera, un tomate y plátanos. En el reverso las siete islas, representadas por rosas, sobre las ondas del mar. En un momento de la conversación le digo “Don Emiliano” y noto desaprobación por su parte: “tinerfeño, no me gusta que me digan don”. “Pero usted se lo merece”, le respondo. Reniega tajantemente del tratamiento, gesticulando con la cabeza y las manos: “No, eso a otros”. Accedo a su petición: “Yo le digo Emiliano, pero era por respeto”, a lo que responde con un gesto de aprobación: “eso sí, chócala”. Todo ello me lleva consolidar la idea creada inicialmente sobre su carisma y sencillez.

     

    En el acto de entrega de la medalla, Emiliano recoge en sus manos aquel disco de cobre grabado y todos los recuerdos de más de sesenta años parecen volver a su cabeza. La emoción se desata y llegan los apretones de mano y los abrazos. Comenta sorprendido el gran tamaño, el peso, y los destacados relieves. Al ver el reverso con las siete rosas, dice: “falta La Graciosa”.

     

     

    Continuamos la charla interesándonos por su vida. Nos indica que nació en la villa de Teguise, en una familia de agricultores. Su vocación se inicia desde la más tierna infancia; siempre le había fascinado el dibujo. Con tan solo doce años recorría en burro los 12 kilómetros que separan Teguise de Arrecife, para recibir clases de su maestro: César Manrique. Tenía claro desde muy joven que esa era su vocación. Interrumpo un momento para preguntarle qué opinaba su padre. A lo que responde con una frase lapidaria que quedó grabada en su cabeza: “me decía, “¡Milo! Con eso te vas a morir de hambre”, y nos arranca una sonrisa a todos los presentes. En 1953 se traslada a Tenerife a estudiar en la Escuela de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife y al año siguiente viajaría a Madrid para terminar su formación en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Nos muestra orgulloso su magnífico expediente académico. En 1960 cruzó el Atlántico y se estableció en Colombia. Tras más de media vida de dedicación escultórica en diversas partes del continente americano, regresa a Fuerteventura en 1999, donde ha realizado toda su trayectoria hasta la fecha. Actualmente, vive en Puerto del Rosario y alterna su vida entre el paseo y la charla con sus vecinos y las visitas a su taller, en la planta baja de su casa, para poner en orden sus herramientas y repasar alguna escultura.

     

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