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Antonio Álvarez, la deuda pendiente de Lanzarote


Isabel Lusarreta es la autora del último libro de la FCM, el dedicado al “quinto magnífico” de César Manrique, el menos reconocido de todos

 

  • Lancelot Digital
  • Adriel Perdomo
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    En el último libro de la FCM “Antonio Álvarez, la mano izquierda de César Manrique”, la periodista Isabel Lusarreta rescata del olvido la figura de un hombre que fue fundamental para el desarrollo de Lanzarote. Llegó a la isla como represaliado del franquismo, con un triste pasado a sus espaldas, pero hizo suya la isla y Lanzarote lo adoptó como un conejero más. El que fuera jefe de Telégrafos de Lanzarote y vicepresidente del Cabildo en la época de Pepín Ramírez ha sido el gran olvidado de una época clave para la isla y reclama ahora, con esta obra que recupera su memoria, su justo lugar.


    -Cuando te pidieron que escribieras un libro sobre Antonio Álvarez, ¿qué sabías de él?
    - La verdad es que muy poco, como casi todos los que no vivieron de cerca aquella época. Precisamente ésa es la intención del libro: rescatar del olvido a un personaje que jugó un papel clave en la etapa más fructífera que ha vivido la isla de Lanzarote, pero que nunca ha sido suficientemente reconocido, como me repetían todas y cada una de las personas con las que hablé durante el proceso de documentación. De aquella primera reunión en la que recibí el encargo, recuerdo que salí con tres ideas sobre Antonio Álvarez en la cabeza: que llegó a Lanzarote represaliado por la dictadura tras la Guerra Civil, que años después se terminó convirtiendo en vicepresidente del Cabildo bajo esa misma dictadura, y que fue el quinto magnífico en la sombra del equipo liderado por César Manrique y José Ramírez Cerdá.

     

    -¿Por qué motivo crees que es para casi todo el mundo un gran desconocido?
    - Esta misma pregunta se la repetí yo a todas las personas a las que entrevisté cuando preparaba el libro, y no tiene una respuesta fácil. Hay quien lo achaca a que no era precisamente un relaciones públicas ni le gustaba llamar la atención. Era un hombre muy familiar, marcado por una infancia y una juventud muy difíciles, con un carácter reservado y poco dado a eventos sociales. Y tampoco en aquella época “vendían” lo que estaban haciendo. Hablando de aquel tándem que formaron en el Cabildo José Ramírez Cerdá y Antonio Álvarez, un periodista de la época me decía: “Eran personas que ejecutaban, que hacían, pero no iban diciendo todo lo que iban haciendo. No es como ahora, que hacen un muro y salen en el periódico diciendo que pusieron una piedra”. Supongo que tampoco ayudó que no fuera nacido en la isla; y otros simplemente me decían que “nadie se acuerda del segundo”. En cualquier caso, creo que en general nos cuesta reconocer la valía y las aportaciones de la gente que de verdad contribuye al bien común.

     

    -De alguna manera, ¿crees que ha prevalecido la periodista a la hora de escribirlo?
    - Totalmente. De hecho, cuando me daba un poco de vértigo enfrentarme a escribir un libro, me decía a mí misma que no era tan distinto a lo que llevo haciendo toda mi vida profesional. Al final el libro no es una historia de ficción, es una biografía. Está pegado a la realidad y a los hechos, que es la forma que tengo de entender el periodismo, aunque por desgracia hoy en día eso no se estile demasiado. Y así abordé este trabajo: cotejando cada dato, referenciando cada cita y situando cada hecho en su contexto. El resto lo puso la propia historia, porque realmente la vida de Antonio Álvarez es una historia de novela. De hecho, de dos novelas: una trágica o de terror hasta los 30 años, y otra que parece una novela épica, con todo lo que ocurrió después de su llegada a Lanzarote.

     

    -De todas las aportaciones de Antonio a la isla, ¿cuál es la más relevante que has descubierto?
    - Quizá la definición más bonita de él la dio Luis Morales: “Era el que administraba las perras y buscaba las soluciones”. Hablamos de la época en la que cobraron forma los Centros Turísticos, pero también todas las infraestructuras necesarias para que el turismo llegara a la isla. Las carreteras y la pista del aeropuerto dejaron de ser de tierra, y también impulsaron muchas otras dotaciones públicas en una isla llena de carencias. No fue un proceso fácil, y Antonio Álvarez fue un apoyo fundamental para el presidente. Era vicepresidente del Cabildo, pero también consejero Economía y Hacienda y Turismo; y formaba parte de la comisión de Obras Públicas. Es decir, todas las áreas clave para llevar adelante esa transformación. El autor de la biografía de José Ramírez Cerdá, Saúl García, decía que si la isla fuera una película, César Manrique sería el director y Ramírez Cerdá el productor. Pues siguiendo con esa metáfora, diría que Antonio Álvarez era el asistente de dirección. La mano derecha, la persona que actúa como nexo con el resto de departamentos, el que se encarga de todo lo necesario para poder grabar cada escena del guión... El día en que falleció, César Manrique hizo una anotación en su diario que nos da dimensión de su figura: “Ha muerto mi gran amigo y colaborador en el nacimiento de Lanzarote, Antonio Álvarez”.

     

    -Cuentas, en un capítulo del libro, que el propio Unamuno, que llegó desterrado a Fuerteventura, acabó encariñado con la isla y con su gente. Hablaba el escritor de la libertad que siente ‘el desterrado’ cuando por fin entiende la isla y la isla le acepta. ¿Algo así le pasó a Antonio?
    - Sin duda puede servir para hacer un paralelismo, y precisamente por eso se recogen en el libro algunos textos que dejó escritos Unamuno, para aproximarnos a cómo podían sentirse las personas que llegaban desterradas a Canarias en el pasado siglo. Pero creo que el amor de Antonio Álvarez por Lanzarote fue mucho más allá del que sintió Unamuno. El escritor siempre recordó con nostalgia Fuerteventura, pero cuando pudo se marchó. Sin embargo, Antonio Álvarez decidió quedarse para siempre. Sus hijos me decían que aquí empezó realmente a vivir, porque venía de un pasado muy duro. Una de las cosas que más me impresionaron fue poder leer los diarios que escribió de su puño y letra durante la Guerra Civil, que nos transmiten la dureza y el horror del frente, pero también la sensibilidad y el talento de un hombre excepcional. Son increíbles las anotaciones de la cotidianidad de la guerra, y cómo le cambiaba el ánimo cuando describía un día de sol, o cuando veía el mar. ¿Cómo no iba a enamorarse de Lanzarote?

     

    -Y hablando de amor, ¿fue fundamental que se enamorara y casara con una lanzaroteña a la hora de entender la isla como propia? Es decir, de sentirse parte de ella.
    - Su mujer le dio una nueva vida, en todos los sentidos. En ella encontró paz y refugio, apoyo mutuo y complicidad; y también fue quien lo introdujo en la sociedad de la época. Lila era la hija del dueño de la farmacia Matallana, que entonces era un punto de encuentro habitual de algunos de los personajes más destacados de la época, que montaban tertulias improvisadas en el despacho de administración. Allí se forjó la amistad entre Antonio Álvarez y José Ramírez Cerdá, que cuando se convirtió en presidente del Cabildo decidió llevarse con él a Antonio Álvarez. Pero sobre todo, Lila le permitió construir una familia, tras haber perdido a sus padres y a todos sus hermanos. De ahí vienen las raíces más profundas de Antonio Álvarez con esta isla: de su mujer y de sus cinco hijos. Antonio, Masayo, Marilín, Marisol y Daniel han sido esenciales para poder escribir este libro, porque ellos fueron los que me transmitieron su amor y admiración hacia su padre, los que me permitieron acortar distancias con un personaje al que no pude conocer. Tras horas y horas de charla, especialmente con Marisol, terminé sintiendo que sí conocía a Antonio Álvarez, que es lo que espero que sientan las personas que tengan la oportunidad de leer el libro.

     

    -Me he llamado mucho la atención que los lanzaroteños lo conocieran más como jefe de Telégrafos casi que como vicepresidente del Cabildo… ¿cuál crees que es el motivo?
    - Sin duda, la cercanía. La Oficina de Correos y Telégrafos era un punto estratégico de la isla, porque de ella dependían las comunicaciones con el exterior. Estamos hablando de una época no ya sin Whatsapp e Internet, es que no había ni teléfono fijo en los hogares. Así que cualquiera que necesitaba contactar con alguien fuera de la isla, pasaba por aquella oficina en la que trabajaba Antonio Álvarez. Era lo que veían y lo que palpaban. A Don Antonio, como lo llamaban, recibiendo a la gente, primero como empleado y después como jefe de Telégrafos y de la Radio Costera, que también jugó un papel esencial para todas las familias marineras. Su labor en el Cabildo, sin embargo, llegaba menos a la población. Por un lado, porque aunque ya existían grandes referentes de la prensa insular, la mayoría de la población vivía ajena. Por otro, porque como decía antes, tampoco eran dados a promocionar su trabajo. Y es importante subrayar que cuando digo “trabajo”, no hablo de una actividad remunerada. De lo que vivía era de su trabajo en Telégrafos, porque los cargos públicos entonces no cobraban un sueldo, y eso hace aún más valioso lo que hicieron.

     

    -¿Crees que Lanzarote tiene una deuda pendiente con Antonio Álvarez?
    - No es que lo crea, estoy convencida de ello. Hace unos años se inició un expediente para declararlo Hijo Adoptivo de la isla, pero acabó enfangado en batallas políticas y debió de quedar olvidado en algún cajón. Es triste que no seamos capaces de ponernos de acuerdo ni en cosas aparentemente tan sencillas como reconocer lo que alguien ha aportado a la isla, y además desinteresadamente. Yo de verdad les pediría a todos los partidos políticos representados en el Cabildo que se acercaran al personaje, que conocieran un poco su historia y que pensaran si realmente no merece al menos ser reconocido como Hijo Adoptivo de esta tierra por la que hizo tanto.

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