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Los ricos suelen caer mal. Y Elon Musk es inmensamente rico. De hecho, Musk es uno de los tipos más ricos del planeta, y además es mucho más rico ahora que hace apenas unos días, porque su fortuna crece exponencialmente. Es quizá –también- el empresario con más talento para los negocios en todo el mundo, un visionario, y el tipo que ha acabado de convertir twitter en una basura. Twitter ya era una red instalada en la desinformación, la confrontación y el odio cuando Musk la compró. La mayoría de las redes son apenas instrumentos para que una conversación nivel barra de bar sea impulsada a la estratosfera. Pero ¡ojo!, eso no pasa con todas las conversaciones, ¿eh?
Haga usted la prueba: escriba un tuit insultando alevosamente a su cuñado, por ejemplo, diga que es escoria roja, o bazofia nazi, o un pedófilo o un cursi. O incluso que hace spoilers de todas las pelis. Lo que menos le guste. A pesar de la radicalidad de esas descripciones, es poco probable que su tuit alcance la decena de interacciones, o más de un único retuiteo, probablemente de su hermana, feliz de que usted retrate por fin fielmente al cafre de su marido. El impacto estratosférico de lo que se publica en la red de Musk es, pues, bastante relativo. Afecta básicamente a unas decenas de miles de creadores de contenido. Si quieren participar de la conversación, el resto de los miles de millones de practicantes deben limitarse a seguir a los que ponen cachondo al logaritmo. ¿Y quienes son esos? Ahora son los que Musk quiere. De un tiempo a esta parte, los algoritmos se han puesto a trabajar para que la conversación pública se base en las ideas de Musk, en sus creencias y valores. Antes todo era un poco –sólo un poco- más aleatorio.
Y no es que la red haya empeorado mucho, es sencillamente que su compra por el dueño de Tesla y Space-X ha creado en algunos la percepción de que la red ya no es neutral, sino un instrumento de Musk a favor de lo que Musk piensa y defiende, que tampoco está muy claro lo que es, pero si lo está en contra de qué se posiciona.
Si The Guardian, y La Vanguardia esta semana, otros medios importantes en semanas anteriores, han anunciado su intención de dimitir de Twitter, de no publicar contenidos ni participar en sus conversaciones, es porque a The Guardian y a los demás no les ha gustado que Musk utilizara su red social para apoyar a Trump, difundir teorías de la extrema derecha, fakes tremebundas, contenido racista, insultos, odio y toxicas ocurrencias que se hacen pasar por periodismo.
Puede que la decisión de salir en desbandada de la red no sea ni muy sensata ni fácil de explicar, pero es perfectamente legítima. Lo que no lo es tanto, es seguir confundiendo a la gente. Porque… desde luego que la red antes llamada twitter no es periodismo. Pero tampoco lo son Face, Tik-Tok, Instagram, Linkedin, Telegram, el guasap, o cualquiera de las otras muchas que hay en internet. En todas ellas encontramos ejemplos de insondable porquería, y también podemos encontrarnos con periodismo, si hay periodistas o medios que publican allí sus noticias. La confusión está en creer que algo que porta periodismo, lo es necesariamente. Un ejemplo: la tele contiene periodismo, pero la tele no es periodismo. Es básicamente entretenimiento, espectáculo, narrativas cinematográficas, series, y alguna que otra vez incluso periodismo, con frecuencia hibridado en entretenimiento y espectáculo.
El periodismo se define por reglas de las que carecen las redes. Una es la voluntad de prescribir lo que es importante y lo que no, para ayudar al receptor de la noticia a jerarquizar la información recibida. Otra es el sometimiento a normas deontológicas, y otra la aspiración a contar la verdad, que no es necesariamente la misma para todos. El periodismo puede ser de derechas, de izquierdas o mediopensionista, e interpretar los hechos desde ópticas y valores distintos. Pero no falsea intencionadamente la verdad. Si lo hace no es periodismo, es manipulación, aunque muchos periodistas no sepan distinguir una cosa de la otra.
Las redes no hacen periodismo: la aspiración a un periodismo ciudadano, espontáneo y alejado del poder, operando desde las redes, se ha estampado contra la realidad de las mentiras, la manipulación, la polución desinformativa y el ruido que hoy las define. Personalmente, creo que los periodistas hemos hecho un pésimo negocio al ceder a los cantos de sirena de internet, que es su capacidad para aumentar la difusión y alcance de nuestras noticias y opiniones. Pero hasta eso me parece poco peligroso. Lo que me parece un auténtico desastre es que nuestros medios y nuestro público confundan cada vez más el periodismo con lo que se hace en las redes. Que cada día nos parezcamos más a ellas. Y de eso no tienen la culpa ni Elon Musk ni Donald Trump ni Alvise Pérez. La tenemos nosotros.