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Unilateralidad

Francisco Pomares

 

Felipe González recibió la semana pasada un premio en Sevilla, y en la puerta del acto se encontró con un grupo de veteranos del PSOE sevillano arropados por una pancarta en la que decía algo así como: “Antes con Felipe, ahora con Pedro Sánchez, con el PSOE siempre”. Felipe se paró a saludar a sus colegas, pero a estas alturas de la película, está más que claro que ya no hay uno sino dos PSOEs. Pero no sería justo decir que uno es el de los dinosaurios y otro el de los progresistas. Eso es lo que repiten los medios adictos (perdón, afines), pero lo cierto es que los dos PSOEs de ahora se diferencian más porque uno es el que ha mandado siempre en mayorías, y el otro es el que lo ha hecho en coaliciones; uno el que nos metió en Europa, el otro, el que podría sacarnos de ella; uno el que afirmaba la democracia interna, permitiendo las familias y corrientes de opinión, otro es en el que Moncloa decide hasta el último puesto en las listas; uno el que permitió que los ocho diputados (entre ellos Pedro Sánchez) que no cumplieron la instrucción del Comité Federal de abstenerse en la segunda votación de Rajoy, siguieran ejerciendo como diputados, otro el que fulmina cualquier disidencia con la expulsión y alienta el cesarismo.

 

Militantes de esos dos PSOEs se enfrentan a un dilema que va a determinar no sólo la historia política del partido más importante de la democracia española, sino la propia Historia del país. Cuando nos preguntamos que hará el PSOE si Puigdemont no se baja del unilateralismo, y exige el cumplimiento completo de sus exigencias de amnistía y vía libre a la independencia, la respuesta es compleja: que pesará más: ¿el compromiso del PSOE con la legalidad y la Constitución, que ha acompañado al socialismo español desde 1977, o la vuelta a los ideales revolucionarios de los que se contagió el PSOE en la revolución de Asturias de 1934? Para el PSOE, romper con la Constitución es romper con lo que el partido y sus dirigentes han defendido hasta el endiablado resultado de las últimas elecciones generales. Pero es perfectamente posible que no haya que romper con la Constitución para aprobar la ley de amnistía. La mayoría del Tribunal Constitucional apoyaría sin duda una visión del asunto que considere que lo que hasta ayer no cabía en la Constitución –según las palabras hace unos meses del propio Sánchez y sus ministros- hoy si cabe. El problema no será –probablemente- decidir si cabe o no cabe en la Constitución una ley que exonere de cualquier responsabilidad legal a quienes quisieron destruir el Estado. Eso entiendo que está resuelto y en el PSOE lo saben. El problema para que prospere el nuevo acuerdo del PSOE con Sumar y todos sus socios indepes, es que Puigdemont reclama no sólo que la amnistía quede aprobada antes de la investidura de Sánchez (los plazos son muy justos), sino que se asuma por el nuevo Gobierno que él no renuncia a la unilateralidad.

 

¿Y qué es la unilateralidad? Ahora está de moda usar palabras que en vez de permitir que nos entendamos, nos confunden. La unilateralidad es el derecho que se reserva Puigdemont a avanzar por su cuenta y riesgo en un nuevo procés, sin pactar con el Estado. Jordi Turull, secretario general del partido de Junts, dijo en la Diada, que renunciar a la unilateralidad es renunciar a la nación, y si algo quiere dejar claro Junts en este proceso, es que aquí no se renuncia a la nación, aquí no se renuncia a un nuevo procés, aquí no se renuncia a un nuevo referéndum lo acepte o no lo acepte el Estado. Ayer por la tarde, Puigdemont, recordó en twitter al Gobierno en funciones que no acepta condiciones en la investidura: “No somos nosotros los que necesitamos apoyos para ir a la investidura. Las condiciones no las pone quien pide ayuda. Es al revés”. Y tiene razón. Lo que no sabemos si tiene es lo redaños de arriesgarse a nuevas elecciones en las que no podría participar si no hay amnistía, en el caso de que fuerce demasiado el pulso a un Pedro Sánchez que ya ha perdido a una parte del PSOE, y podría ver como esa parte se agranda incluso entre los suyos si va más lejos de lo que en el PSOE podrían asumir.  La unilateralidad que ahora se ha convertido en el asunto en boga en la negociación de la investidura de Sánchez, es un palabro que camufla la amenaza de los indepes de ir unilateralmente a la convocatoria de un nuevo referéndum como el del uno de octubre, a celebrar el próximo año o el siguiente, después de que la amnistía permitirá al prófugo Puigdemont volver a ser honorable president. La unilateralidad es la nueva posibilidad de la nación catalana, es España al borde de la ruptura, es los dos PSOEs ahogándose en la cuestión nacional, y es –también- la posibilidad de que Sánchez prefiera exponerse a unas nuevas elecciones. Aunque ahora diga lo contrario, porque aún falta mucho tiempo.

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