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Una noche de insomnio

Guillermo Uruñuela

 

 

 

Son las 2 de la mañana, de un domingo cualquiera y no puedo dormir así que no encuentro una cosa mejor que hacer que redactar estas líneas.


Me levantaré a las 6:45 y tomaré una ducha. Tengo la fea costumbre de preferir el agua caliente a esas horas aunque he oído que eso es terrible para el organismo; lo correcto para activar no sé qué coño es utilizarla helada. Y eso he hecho estos días. A veces noto cómo el corazón se me paraliza y me duelen sitios que no deberían, pero no seré yo el que dude de Instagram.


Luego empiezo a despertar a unas criaturas que huelen a sueño desde el pasillo y pienso en lo egoísta que ha sido por mi parte traerles al mundo sin su consentimiento.


Llega el desayuno. El pan es malo, la mermelada tiene azúcar al igual que el cacao, las galletas, los cereales de estos de tigres y monos. La leche y los yogures están prohibidos según un estudio de la Universidad del Colón Irritado y de la mantequilla ya ni hablamos; así que me decanto por un vaso de agua, pero rica en sodio.


Ya bien nutridos, o por lo menos hidratados correctamente, cojo el coche, miro al cielo y con culpa observo que allí arriba la Capa de Ozono se está resintiendo por culpa de las emisiones de mi Twingo, que además es viejo y he leído que mi desplazamiento es aún más catastrófico para el futuro mundo que dejaré a mis hijos hidratados.


Los suelto en el cole como el típico padre tarado que se le ocurre dejar a los niños en la acera, a diez metros de la puerta del centro, sin bajarme del coche, en vez de acompañarles religiosamente a la puerta, besito y tranquilo, que yo te llevo la mochila por el qué dirán.


Todo esto antes de entrar en una tertulia de radio en la cual tengo que decir lo que pienso sin parecer que digo lo que pienso. Es decir, los que piensan como yo no pienso tienen que tener la sensación de que pienso como ellos. No sé si me explico. Es una tarea difícil incluso dándote una ducha de agua helada.


Turno de la comida. Otra historia. A veces sobra comida del día anterior y en mi enajenación mental, incluso algunas veces, se la he dado, o he llegado pillado de tiempo y les he comprado una hamburguesa o calentado una pizza al horno. Imagínense el nivel.


Corriendo al entrenamiento. De fútbol. Así en plan patriarcal. Mis hijos han decidido en contra de lo que yo quisiera pegar patadas a una pelota tipo neandertales. Siempre les digo que si les preguntan le echen la culpa al abuelo paterno que como vive en Asturias le pillará lejos el asunto. Por supuesto, ningún niño bebe de una botella común. Cómo a mí me permitieron hacerlo. No sé cómo salimos adelante los de mi generación. Hoy todos con su botella, nombre rotulado etc. A los míos se les suele olvidar y cuando les digo que le pidan a un compañero, y lo hacen, el otro les mira como si le pidieran que les chuparan el sobaco.


Horas más tarde estoy estudiando y realizando divisiones con caja en un Ipad porque ahora me he dado cuenta que yo también estoy matriculado en 5º, 2º y P4 (Preescolar 4 años, clase de los Tucanes).


Ahora entenderán por qué estoy escribiendo; y es que se me quita el sueño sólo de pensar que mañana será lunes.

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