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Una cuestión de tiempo

Andrés Martinón

 

 

Si hay algo que me parece majestuoso es oír hablar a la intelectualidad sudamericana. Escritores, filósofos o incluso políticos (y a Valdano, por supuesto). El uso de la lengua española por parte de las personas ilustradas de la zona centro y sur de América es, a veces de tanta precisión, que más que una ciencia social parece una ciencia exacta. La utilización de las palabras pasa a ser matemática pura y las descripciones son como una fotografía de cada idea que se quiere plasmar.

 

Todo este rollo pseudo filosófico-romántico viene por algo tan banal como ver Facebook. Y es que hace unos días veía un vídeo de José Mújica, el ex presidente de la República de Uruguay que ya hace unos años explicaba en breves palabras algo que se desconoce tanto como se admira: el tiempo.

 

Mújica decía “O logras ser feliz con poco o no logras nada. Inventamos una montaña de consumo superfluo y que hay que tirar de compras, pero en verdad lo que estamos haciendo es gastar tiempo de vida. Porque cuando tú compras algo, no lo compras con plata, lo compras con el tiempo de vida que tuviste que gastar para lograr esa plata”.

 

Buff. Carga de profundidad total. Y es que es verdad. El tiempo lo es todo. De hecho, siempre he pensado que los grandes genios (háblese de Einstein, Hawking, Picasso, Paco de Lucía, etc) dedicaron toda su vida a su arte o ciencia y ese tiempo extra que le dedicaron a su pasión se lo quitaron a algo o a alguien; se lo quitaron a unos padres, a una mujer, a sus hijos o a otras pasiones. Porque la factura de su genialidad se pagó, como dice Mújica, no con plata, sino con tiempo.

 

Del tiempo se sabe relativamente poco. No sabemos cuándo empezó todo ni cuando acabará. Es algo extraño pensar que las cosas no pudieran tener un principio y un fin pero sí sabemos que el tiempo es lo que relativiza la importancia del hecho.

 

Uno valora la amistad por la unidad de tiempo en que se mantiene la relación; uno sabe que su canción o película favorita es la que más veces fue capaz de ver oír o ver de forma seguida; uno sabe que una desgracia se mide por el tiempo en que deja de ser una pesadilla y pasa a ser una cicatriz cada vez menos perceptible.

 

Además, el tiempo es algo puñetero porque cuando se fantasea con esa idea muy literaria o cinematográfica de poder viajar en el tiempo y cambiar cosas, a uno le queda la sensación de que no cambiaría nada porque el cambiar algo podría modificar el devenir del futuro, es decir, eliminar cuestiones que se querían eliminar, pero a su vez podría tener consecuencias en cuestiones que no se pretenden modificar.

 

En definitiva, este artículo queda tan inconcluso y con un final tan incierto como el propio concepto de tiempo. Supongo que son divagaciones escritas en plena ola de calor veraniega. Disculpen si les he hecho perder el tiempo. Siempre a su entera disposición.

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