Un problema morrocotudo
Antonio Salazar
En La Gaveta Económica iniciamos la edición de una serie de libros -Repensar Canarias- en la que invitamos a los que han sido presidentes del Gobierno autónomo a reflexionar sobre las 40 años de autonomía que hemos cumplido. Partíamos de una premisa, hay cosas que se hicieron bien; otras que fueron en su momento la mejor alternativa posible pero que desde hace un tiempo flaquean y también otras que no estaban bien enfocadas y deberían ser modificadas. Somos muy de poner en marcha proyectos, leyes y normas que luego no son revisadas ni evaluadas y en las que nadie repara hasta que alguien pregunta las razones de su existencia y la respuesta indefectible es: “siempre se ha hecho así”. Convengamos que eso no es una respuesta válida, más si aspiramos a ser una sociedad próspera con un futuro esperanzador.
La primera publicación fue de Fernando Fernández, presidente entre 1987 y 1989, con un libro titulado “Autonomía, sí. Pero así, no” y fue presentado en Las Palmas por Jerónimo Saavedra y en Tenerife por Antonio Martinón. También en La Palma pudo estrenarse, repitiéndose el debate a pesar de que no es la tesis principal del libro: hay un conflicto sobre los usos del suelo, señalándose esta tara como una -sino la que más- importante de las islas. En este momento hay más de 3.000 millones de euros paralizados en Canarias pendientes de autorización. Hemos creado una maraña de normas que se contradicen y superponen hasta hacer imposible una agilidad imperativa si queremos no rezagarnos. Los burócratas, es decir, funcionarios que nada pierden en el supuesto de mantener el actual status quo empobrecedor y que se han arrogado en exclusiva la defensa del interés común -insistamos, sin arriesgar ni perder nada porque sus sueldos, que son un 30% superior al de sus pares en el mundo privado con una productividad que apenas alcanza la mitad, están garantizados- junto a una clase política que ha hecho de su dedicación una carrera profesional a la que no están dispuestos a renunciar sabiendo que en el mundo privado su futuro sería menos promisorio, se han aliado para que nada progrese y nada se mueva. No hay virtud en dilatar proyectos que pueden generar riqueza. Como tampoco habría nada malo en rechazarlos sin someter a los promotores a una gincana administrativa de años y pérdidas. Pero, eso sí, avisando que durante todo esto tiempo hay una parte importante de perjudicados a los que no les prestamos atención en forma de puestos de trabajo que no se crean ni servicios que se prestan.
Por cierto, salvo excepciones, a la presentación de estos libros no han asistido políticos en activo, cuyo desprecio por la historia y su adanismo estomagante es solo comparable a su fatal arrogancia.