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Tres escaños canarios

Francisco Pomares

 

Hace pocos días, leí unas declaraciones del diputado de Nueva Canarias en el Congreso, Pedro Quevedo, asegurando que él no sería nunca un obstáculo para el cumplimiento de los acuerdos time sharing entre Nueva Canarias y Coalición. Casi me parto de risa. El cinismo se está convirtiendo en una suerte de recurso que viene de paquete con la gente que se dedica a la política, sobre todo de quienes sestean plácidamente en ella. Quevedo ha hecho todo lo posible en estos últimos meses para que su partido incumpliera el acuerdo suscrito con Coalición en 2019, que permitió al amigo de Román conseguir el escaño que no logró cuando se presentó sin el apoyo de los votos de Coalición, seis meses antes, para ocupar la misma plaza. Una plaza que –sea dicho- Nueva Canarias no ha logrado jamás presentándose solo bajo sus propias siglas. En 2011 lo consiguieron con el apoyo de Coalición, en 2015 en coalición con el PSOE, lo intentaron solos y sin éxito en las primeras elecciones generales de 2019, y Quevedo logró por fin ser elegido en las segundas de ese año, merced a un acuerdo de las fuerzas nacionalistas canarias. El acuerdo indicaba que Quevedo encabezaría la lista, y si se conseguía un escaño, ese escaño sería ocupado por él durante 30 meses, y a partir de esos 30 meses por la segunda candidata, la coalicionera María Fernández.  Cuando llegó el momento, Quevedo decidió apurar esos 30 meses más allá del límite, hasta ayer 30 de junio, haciendo coincidir su salida con la conclusión del periodo de sesiones. La candidata Fernández, que tendría que haberse incorporado en mayo, esperará para estrenarse en el hemiciclo hasta el próximo mes de septiembre.

 

La salida de Quevedo supone un nuevo problema para el Gobierno de Sánchez, que cuenta con ajustadísimos apoyos en el Congreso. Fernández mantendrá sin duda la misma postura crítica con el Ejecutivo que ha caracterizado las intervenciones de Ana Oramas. En el Gobierno deben estar hartos del conventillo canario: por muy diferentes motivos, las políticas de Sánchez han perdido el apoyo seguro de hasta tres de los diputados que sostenían al Gobierno. El ex podemita Alberto Rodríguez probablemente no se reincorpore nunca al grupo morado en la Cámara. Incluso en la hipótesis más probable, que es la de que Rodríguez vuelva ya al Congreso, no está nada claro lo que hará: tras su expulsión por la presidenta Batet, Rodríguez rompió con Podemos, provocando una crisis interna del partido en Canarias, que apunta a su probable presentación bajo unas siglas de nueva creación y “de obediencia canaria”, según el mismo anunció. También la diputada Meri Pita, abandonó Podemos por discrepancias con Pablo Echenique, su portavoz parlamentario, que nunca llegaron a aclararse. Pita fue muy dura al enjuiciar a los que mandan en su antiguo partido: “la deriva orgánica está ahí con sus individualidades, sus miserias, sus manipulaciones, su sectarismo, sus cobardías y, cada vez más, sus proyectos biográficos, mucho más que políticos y lejos -muy lejos en cualquier caso- de los principios”, dijo Pita hace tres meses, cuando anunció su paso al Mixto. 

 

Estas tres situaciones, tan dispares entre sí, definen una mayor inestabilidad en los apoyos del Gobierno, que necesita hasta el último de los votos, en una legislatura a la que aún le queda año y medio –al menos en teoría- y en la que Sánchez puede verse arrastrado a perder votaciones cruciales. Según se acerca el ocaso de la legislatura, todos los partidos, incluso los que han mantenido con disciplina sus pactos de apoyo al Gobierno, tienden a hacer valer su autonomía. Nueva Canarias, que no falló en ninguna votación en la que Sánchez precisara de sus votos, se estrenó sin complejos contra el Gobierno tras el cambio de posición del presidente español con Marruecos y el Polisario. Sánchez fue revolcado en esa votación. Y tanto Meri Pita como Alberto Rodríguez han sido beligerantes con la posición atlantista del PSOE, con la cesión de más espacio para la armada de EEUU en la base de Rota, o con las propuestas de aumento del gasto militar, que en este año ya ha consumido 1.500 millones más que en el pasado 2021. El gasto militar es un asunto que enfrenta –y de qué manera- al Gobierno y sus ministros podemitas y comunistas. Pero además, si Europa insiste en forzar la contención del gasto público, y Sánchez transige, bloqueando las políticas expansivas que han permitido el entendimiento de la izquierda, las cosas se pueden poner muy feas para un presidente que gusta de alardear de su resistencia. De tres escaños canarios puede depender todo.

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