Todo no puede ser
Antonio Salazar
La invasión rusa sobre Ucrania ha puesto, negro sobre blanco, las carencias que tenemos en materia -también- de energía. Y de cómo hemos cometido todos los errores imaginables como sociedad, primando cuestiones que tenían mucho más de políticas que técnicas. Cabe cuestionar la línea de este artículo diciendo que hemos hecho lo que teníamos que hacer en todos estos años pero entonces no será posible quejarse de nuestra elevada dependencia energética y, por consiguiente, la fragilidad de nuestra economía cuando enfrentamos desafíos como los actuales. Necesitamos energía en abundancia y, consecuentemente, ésta debe ser continua, accesible, abundante y barata. Pero por razones muchas veces ideológicas hemos querido que fuese, además, sostenible pero, en la cuadratura del círculo, sin pagar los costes por ello. No es posible, ya siente uno tener que ser el que diga que se acabó el alcohol cuando parecía que podíamos seguir con la borrachera. La fiesta no puede seguir.
En los primeros años de la década de los ochenta, la moda era oponerse a la energía nuclear y en su contra acudieron un montón de ecologistas, algunos bienintencionados, para conseguir que se paralizaran nuevas centrales y establecer un plazo para el cese de su actividad y en esa estamos, con el cierre en el horizonte. Aprovecharon el miedo a una fuga radioactiva, tal que la de Chernobyl, sin reparar que el accidente allí se produjo por el sistema de gestión -sí, comunista- y que es el único de esas características que se ha producido. Ni en Three Miles, ni en Fukushima tuvimos que asistir a nada similar pero fue suficiente para que España pasara a comprar energía nuclear a Francia, dado que como todo el mundo sabe, de producirse una fuga radiactiva se detendría en la frontera -nótese el sarcasmo-.
También en Europa, campeones del ecologismo insensato, dijimos no a los sistemas de extracción de gas de esquisto por fracturación hidráulica, el conocido fracking, mientras que países como Estados Unidos, sin tantos remilgos, se dedicaron con fruición a esa tarea y han pasado de ser importadores a exportadores netos de combustible. Todo un éxito europeo, sin duda.
Pero, también y aunque sea en una escala menor, en Canarias nos opusimos a las extracciones petrolíferas haciendo seguidismo a nuestros políticos, periodistas o ecologistas, cuando no son la misma cosa. Todas estas decisiones, incluso aunque fuera por razones plausibles, conllevan costes y deben ser siempre explicadas. Las personas, también los votantes, deben expresar sus preferencias bien informadas y tratar de asumir las consecuencias de ellas, sabiendo que efectivamente renunciar a la producción de energía produce un encarecimiento de la misma. Durante mucho tiempo se le prestó demasiada atención a los captores de rentas (y de reguladores) como para ahora aparentar extrañeza por lo que ocurre. Todo no puede ser.