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Sólo si no es solo

Francisco Pomares

 

Confieso con bastante vergüenza que soy un desastre cuando de lidiar con tildes se trata. Cómo hace ya años que los periódicos prescindieron de los correctores, supongo que no les revelo secreto alguno. En disculpa de esta imperdonable desidia ortográfica diré que se trata de una culpa compartida con mi madre, que decidió -para su tranquilidad- mandarme a estudiar al colegio que había más cerca de mi casa, en la esquina de la madrileña calle de Agustín de Bethencourt, enfrente justo de la trasera de los Nuevos Ministerios. Desde los seis hasta los doce años recorrí todas las mañanas, en compañía de mis dos hermanas mayores, los doscientos y pocos metros que separaban el piso familiar de Alonso Cano, justo debajo de donde vivía Massiel, para ir al Liceo Italiano.

 

El italiano es un idioma amable para los hispanohablantes. Sólo hay que aprender cuatro reglas gramaticales similares a las nuestras, miles de palabras con una raíz común, y apenas un par de cambios en algunas letras –la f por la h, la q por la c, la ch por la q…- y con eso y la cabeza libre de escombros de un crío de seis años, uno va que chuta. Pero luego está la acentuación ortográfica de esos malditos, con la tilde aguda [´] y la tilde grave [`], la acentuación obligatoria de todos los monosílabos con diptongo, y también de todos los que, si no llevaran tilde, se confundirían con palabras iguales que significa algo distinto. Logré aprender las reglas italianas a costa de sacrificar las españolas, porque en el Liceo todos los exámenes y trabajos (menos los de la asignatura de Lengua española) había que escribirlos en la lengua de Dante y Manzoni. Cuando dejé el Liceo para venir con mi familia a Canarias, el mal ya estaba hecho. Pasé por los Escolapios sorteando tildes sobre las sílabas, hice el COU disimulando y dejé mi carrera de Historia y Geografía sin aprender una higa de gramática. Reconozco que, desde entonces, cada vez que la Academia se carga una tilde, yo respiro aliviado.    

 

Siempre me ha sorprendido lo liantes que son esas cagaditas de lagarto que sobrevuelan las palabras. No lo creerán ustedes, pero dos buenos amigos se retiraron hace años la palabra por una pelea a cuenta de si el apellido Abreu lleva o no tilde. Aún no han vuelto a hablarse, y lo peor es que ambos tienen razón: no hay tilde si el Abreu en cuestión es catalán de nacimiento u origen, y sí la lleva si es español.

 

La tilde es sólo falsamente humilde: puede ocasionar guerras. Más conocida que la de mis dos colegas, pero igual de cruenta, es la bronca que lleva trece años enfrentando a lexicógrafos y gramáticos con los escritores en la Real, saldada esta semana con una aparente victoria de los plumillas, presentada por los otros como un empate: la casa donde se limpia, fija y da esplendor a la lengua, ha despenalizado el uso hasta ayer prohibido de la tilde en el adverbio solo, pero sólo cuando resulte conveniente para sortear la ambigüedad. ¿Y quién decide eso en cada ocasión?  Pues se ha determinado de forma consensual que lo decide quien escribe, en lo que parece una rendición mal disimulada ante la presión de los escritores. No recuerdo ningún otro caso de decisión académica sometida al exclusivo y autónomo juicio del interesado (en este caso interesado escribiente) ni parece esta una decisión muy completa: a partir de ahora, cada cual hará de su capa un sayo, y de la tilde el imperdible que lo cierre. Trece años después de uno de los debates más largos e intensos vividos en el Palacio de la Academia, en Felipe IV esquina con Alarcón, sus doctos miembros someten al libre albedrío del escribidor la decisión de utilizar tilde o no hacerlo en los casos donde pueda darse confusión. Yo habría preferido una fatua académica que eliminara para siempre la tildes (y mi vergüenza de ágrafo) de la faz de la tierra. Pero no ha sido así. Tendré que seguir sembrando tildes sobre vocales y diptongos como Dios me dé a entender… Haré prácticas.

 

A ver, por ejemplo: ‘Tito Berni’ se ha quedado completamente solo. Sólo cuenta ya con la protección de la fiscalía. Paga sólo él, por haber preferido pasarlo acompañado a estar tranquilo y solo en sus noches cortesanas. Ahora ‘Berni’ sólo espera escapar de la trena. Sabe que el PSOE ha decidido que será sólo él quien cargará con las culpas de todo. Si en Ferraz se pusieran estupendos y procedieran también contra los 15 diputados y diputadas que no le dejaban ir a cenar solo, entonces sería el PSOE el que tendría problemas. Porque después de cómo han tratado a ‘Berni’, seguro que ni uno solo de los otros renunciará gratis al escaño. Ahora sólo falta esperar a que la jueza acelere la investigación. Pero no sólo la jueza investiga. También lo hace el Gobierno, sólo que con pocas ganas. Si investigan en serio, no sólo encontrarán pistas de lo que hizo Berni por sí solo, también de lo que hicieron éste, ése y aquél.

 

          Vaya… ya me dirán ustedes si consigo aprender…

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