Solo para adultos
Fran J. Luis
En esta vida el respeto hacia los demás es algo muy importante. Cada cual puede tener sus propias ideologías políticas y religiosas, tendencias sexuales, estilos de vida, gustos culinarios… en general todo lo que se pueda elegir libremente. Y una de esas cosas también es el ser padre o madre.
Respeto profundamente a las personas que deciden tener hijos. Me parece algo normal y necesario, obviamente, para perpetuar la especie. Doy gracias a mis padres por haber decidido tenernos a mi hermano y a mí. Doy gracias a los padres de mis familiares, amigos, parejas, conocidos, etc. por haberlo decidido también. Pero conmigo se extinguiría la humanidad.
Desde siempre decidí que no quería tener hijos. ¿Una actitud egoísta? Pues quizás sí. Pero es mi decisión. Es algo que he tenido muy claro. Igual que hay personas que no conciben la vida sin hijos, yo no la concibo con ellos. Y les aseguro que, si hubiera decidido tenerlos, probablemente sería el mejor padre del mundo.
Soy consciente de que ser padre o madre, según dicen todos los que lo son, es “lo mejor que te puede pasar en la vida” y muchísimas más cosas que no voy a enumerar pero que supongo que todos hemos escuchado. Y no lo dudo, pero permítanme que nunca llegue a sentirlo.
Puede ser que mi forma de pensar venga porque he visto los sacrificios que un hijo supone para la vida de los padres. Después del nacimiento, la vida les cambia radicalmente. De hecho, ya no tienen vida más allá de la de sus hijos. Viven por y para ellos, por lo menos durante un buen intervalo de tiempo. Por eso no es de extrañar que de vez en cuando quieran “liberarse” de ese yugo para centrarse mínimamente en sus vidas y disfrutar. Y aquí es donde realmente viene mi problema: a muchos de ellos les importa poco la tranquilidad de los demás.
Los niños son niños. Tienen que jugar, correr, divertirse, gritar, llorar… todos lo sabemos. Pero que no vengan a molestarme cuando yo quiero estar tranquilo. Desgraciadamente, yo tengo un efecto imán para algunas cosas no muy agradables. Por ejemplo, yo nunca fumé, pero el humo de mis amigos que fumaban siempre venía hacia mí, aunque me cambiara una y otra vez de sitio. Con los niños inquietos o maleducados me pasa igual: les atraigo.
Si voy a un restaurante siempre se sienta cerca de mí un niño que llora, grita o corre alrededor de mi mesa. Si voy a la playa y elijo el sitio más aislado para relajarme, se me acerca una familia numerosa con muchos niños que no paran de gritar, tirar arena, salpicar y fastidiar mi momento de relax. Si viajo en avión… ¿a qué no saben quién me toca detrás? Pues sí, un niño que llora o que da patadas a mi asiento durante todo el viaje. Les aseguro que eso cansa.
Afortunadamente para mí y para los que piensan como yo cada vez hay más lugares etiquetados como “adults only” (solo para adultos), una tendencia que está en verdadero auge. Se trata de espacios en los que no se permiten niños y en los que descansar en una tumbona de la piscina o cenar tranquilamente es una realidad. Creo que no es pedir demasiado. Yo, a cambio, prometo no acercarme a ningún parque infantil a menos de 200 metros.