Sin marcha atrás
Francisco Pomares
Los tiempos de la monarquía alauita no son los tiempos del mundo actual. Mohamed VI ha dejado pasar medio año antes de pronunciarse sobre el cambio de posición de España sobre el Sahara, un cambio del que tuvimos noticias precisamente por la interesada filtración desde palacio de una carta enviada por Pedro Sánchez al rey alauita, en la que el presidente español calificaba la autonomía del Sahara como la propuesta “más seria, creíble y realista” para resolver el contencioso.
Seis meses después, en su discurso del 20 de agosto, cuando se conmemora el ‘alzamiento del Rey y del Pueblo’ contra la administración colonial francesa, que desembocó en la independencia marroquí, sidi Mohamed ha señalado que Estados Unidos y España son hoy los principales apoyos con los que cuenta Marruecos para convertir su ocupación de facto en una anexión del territorio del antiguo Sahara Español, al que se permitiría un sistema de autonomía otorgada que el pueblo saharaui parece rechazar mayoritariamente.
En las monarquías absolutas del pasado, y el las monarquías autoritarias o no constitucionales del presente, los reyes dicen lo que les sale del occipucio, no lo que sus gobiernos quieren que digan. Con retraso y todo, Mohamed ha sido consecuente, claro y conciso al situar a España como socio preferente en la involución de la política que Naciones Unidas ha venido dictando sobre el Sahara. El rey agradeció públicamente el apoyo de España a la marroquinidad del Sáhara Occidental, y el respaldo de Sánchez al plan de autonomía de Marruecos. Una posición que calificó de constructiva, y que comparó con la posición estadounidense, “inalterable al cambio de administraciones, y al que no afectan las coyunturas”. Lo que se dice para EEUU vale también para España: la asociación de los dos países es “inalterable ante las circunstancias regionales y los desarrollos políticos internos”. Muy probablemente, al margen de lisonjas o bofetadas (la propinada a Francia, sólo cinco días después de que Macrón decretara el bloque total de los visados), lo más interesante del discurso del rey es que lo que en él se afirma sobre la inalterabilidad del cambio de la postura española introducido con secretismo y alegría por Pedro Sánchez es absolutamente cierto: es muy difícil que ningún gobierno que venga a sustituir al actual, pueda permitirse reandar el camino del reconocimiento de la soberanía marroquí del Sahara que implica apostar por la autonomía territorial de nuestra antigua colonia.
Si el Partido Popular vuelve al Gobierno tras las próximas elecciones, se cuidará mucho de volver a las antiguas posiciones sobre el Sahara. El cambio operado por Sánchez es básicamente irreversible, porque se hace atendiendo a la presión de la administración demócrata americana, harta de la incapacidad de Naciones Unidas para dar una salida razonable a un contencioso que irrita sobremanera a su principal socio en el norte de África. El acuerdo para ceder la soberanía del Sahara a Marruecos es estratégico, e implica no sólo a EEUU y España, también a los principales aliados europeos de EEUU, con Alemania al frente. Después de que España arriesgara (y perdiera) en el envite la relación con su principal proveedor de gas–Argelia-, el PP tragará sin duda con el cambio de posición sobre el Sahara, que ya aplaudió su partido en Ceuta, a pesar del rechazo manifestado desde Génova. Nadie va a jugársela con Marruecos en un pulso a cara de perro: la entrega de Sánchez no tiene vuelta atrás. En medio de una guerra a sangre y fuego en Europa, que incorpora riesgos reales de efecto dominó; con la inflación disparada y la economía en peligro de recesión, se impone la realpolitick.
Y en relación con el Sahara, la política real ha quedado definida: abandono de la legalidad internacional, renuncia a cualquier vínculo oficial con la población de la ex colonia, reconocimiento de la soberanía marroquí –casi cincuenta años después Marruecos materializa los objetivos de su marcha verde-, creación de una autonomía de cartón piedra y éxito de Mohamed en política exterior. Para una nación joven, como es el Marruecos de hoy, consolidar su dominio sobre el territorio y las aguas del Sahara, es la gran apuesta nacional. La segunda apuesta ‘del Rey y del Pueblo’.