Sin futuro
Antonio Salazar
No debe haber en el mundo un lugar en el que invertir 30 millones de euros resulte más complicado que en Canarias. No es preciso extenderse mucho porque el mal está correctamente diagnosticado desde hace muchos años aunque cualquier propuesta de revisión termina empantanada en el debate político, con cierta tendencia a ignorar aquello que tenga coste electoral. Un error porque los propios funcionarios deberían ser los más interesados en establecer un funcionamiento correcto de la administración, que satisfaga y no moleste a los llamados a su sostenimiento. Siendo un grupo electoral muy influyente, los temas se van aplazando sin atacar las ineficiencias que se generan y que tan alto coste para nuestro futuro tienen.
No es solo la profusión de administraciones que deben manifestarse con cada proyecto, cada una con opinión y capacidad de devolver a la casilla de salida a las iniciativas que se presenten. Las muchas normas, no siempre homogéneas y mucho menos claras, plantean cuestiones sujetas a interpretación, aumentando la inseguridad jurídica y fomentando la incertidumbre en aquellos interesados en invertir en las Islas.
Además, una opinión pública más atraída por los brochazos en las redes sociales que por el debate sereno, termina de inclinar la balanza en favor de quienes plantean que mejor estarse quietos que permitir progresar. Lo vemos con multitud de asuntos, tantos que las únicas inversiones que son celebradas son las de las películas y series que se filman en Canarias, al menos por el momento, dado que la Agencia Tributaria ha empezado a irritar a los que vienen, acostumbrados a que las reglas de inicio se mantengan hasta el final, que es lo que pasa en sitios serios y no, como aquí, donde te las cambian casi a diario.
No hay muchas inversiones productivas en Canarias y nuestra capacidad de atracción de capitales parece muy limitada. Son legión los proyectos que han intentado establecerse y que han embarrancado entre nuestra particular arquitectura administrativa y el desdén con el que son tratados por la opinión pública. Un empresario, cuando lanza una iniciativa plantea al tiempo una pregunta al futuro y sabe, porque lo tiene interiorizado, que le acompañará el riesgo y la incertidumbre. No son mensurables porque dependen de factores que no están en sus manos pero si cumple su función, probablemente tendrá éxito. Forma parte del juego y es la tolerancia a esa inerradicable incertidumbre lo que forja a los empresarios y los distinguen de aquellos que no lo son. Lo que ocurre en Canarias es otra cosa, uno puede estar hecho de la pasta adecuada, jugarse su dinero y, al final, encontrarse con que incluso aquellas buenas palabras y ánimo con el que fue jaleado en el inicio de la aventura, se convierta en una prohibición absoluta para llevarla a cabo.